miércoles, 29 de febrero de 2012

La guerra de los profetas


Si queremos conocer la historia de un hombre que sufrió demasiado, basta con leer el libro de Jeremías junto con sus Lamentaciones. Un niño tímido, sin experiencia (Jeremías 1.5) recibe el llamado de Dios para ser profeta. Dios no conversa con el sobre sus limitaciones, simplemente lo capacita, lo llena de su Espíritu Santo y le promete estar con él para cumplir con la misión encomendada. No parece tan difícil, ser llamado, elegido, preparado, es como si el éxito ya está asegurado. Pero no fue nada fácil. Jeremías iba a enfrentar, no solamente unos gobernantes soberbios y corruptos, sino unos sacerdotes y falsos profetas que confundirán en el nombre de Dios a la rebelde nación judía. 
Jeremías llora e implora a ser escuchado siendo el único a través de lo cual Dios mostraba su voluntad. ¿Cómo demostrar que eres el único que tienes razón? Nunca ha sido una tarea fácil de hacer frente con la verdad a una multitud decidida en mantenerse unida en defender perversidades. La mayoría de los héroes que lo hicieron acabaron pagando con su propia vida este atrevimiento. Lo mismo sucede hoy. La verdad es lo que menos importa, más vale que seamos muchos que la defendamos. 
Jeremías tenía que condenar los pecados terribles de una nación que pretendía conocer los más altos principios morales que existían. Los judíos tenían una ley que les prohibía matar, robar, mentir, codiciar, adorar dioses extraños y sin embargo llegaron irónicamente a ser tan infieles que provocaron el disgusto aun de las naciones que los rodeaban. Un profeta verdadero luchando en contra de un gobierno corrupto y una asamblea de profetas falsos.

Definitivamente, en este mundo la verdad no está donde hay multitudes. Lo dijo Jesús: “entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ella, pero estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos la hallan.” (Mateo 7.13-14)

Los falsos profetas en los días de Jeremías profetizaban todo lo que el pueblo quería escuchar. Que habrá paz, prosperidad, que tendrán victoria sobre sus enemigos, que vivirán felices para siempre en la tierra prometida por Dios. ¡Pobres ellos! ¿En base a que profetizaban? Todas las promesas que Dios dio al pueblo Israel eran condicionadas a su obediencia a las leyes recibidas. La infidelidad traía consigo la separación de estas bendiciones extraordinarias. (Deuteronomio 28) Jeremías era la voz de un profeta cuyo único compromiso era con Dios. Fue rechazado, perseguido, golpeado, burlado, pero nunca convencido a renunciar al mensaje que le fue encomendado por muy impopular que fuera.
 Se aprende mucho de su experiencia. Hay tantos falsos profetas hoy, que pareciera vivir en los mismos tiempos de Jeremías. Profetas que solo luchan por complacer a las multitudes sedientas de entretenimiento y diversión, gente que no quiere rendir su egoísmo a la cruz de Jesús. Las profecías de hoy no difieren en nada. Prosperidad, larga vida, felicidad y éxito, como si no existiera una Palabra escrita que nos enseña salir de este mundo de pecado y lujuria y no ser partícipe de sus vanidades. Los profetas falsos se lamentan entre desastres inventados que son usados para sembrar terror o sueños fantásticos de bienestar eterno que solamente se cumplirán en sus vidas porque logran llenar así sus bolsillos. Pero ellos olvidan que las riquezas acumuladas de este modo no tienen más valor que las treinta monedas de plata que recibió Judas al traicionar a Jesús. ¡Ay de los falsos profetas! ¡Ay de aquellos que usan el nombre de Dios para profetizar mentiras! El juicio de Dios determinara todo.

Alguien se levanta hoy en día llamando al mundo a la obediencia a Dios, a la verdad de la Biblia y lo llaman fanático. Alguien habla en contra de la lujuria excesiva de los eclesiásticos y pastores y lo llaman anticuado, fuera de moda. Alguien habla en contra de los pecados morales, como la homosexualidad, adulterio, fornicación y lo llaman homófobo, intolerante, irrespetuoso con los derechos humanos. Alguien habla de la pronta destrucción de este mundo y la necesidad de preparación espiritual y la mayoría de las personas le contara una irreal historia sobre el siglo de paz, la nueva era del acuario que vendrá sobre la humanidad. Alguien llama al arrepentimiento verdadero, a la reverencia y respeto hacia Dios, al servicio al prójimo, al sacrificio, al altruismo y las multitudes aprueban inclinando las cabezas pero muy pocos llevaran esta enseñanza más allá de las puertas de sus iglesias.

Pero alguien comienza a gritar, bailar, sanar, fantasear sobre las verdades bíblicas, canta con los mismos ritmos del mundo, balbucea en idiomas inventadas y multitudes corren detrás de estos profetas aunque tantas veces han demostrado su fracaso. ¡Que misterio!
Alguien escribe y condena tal estado de cosas y le dirán que no debería ser tan radical. Casi se ven algunos rostros molestos e inconformes pero de los verdaderos profetas se aprende a no dejarse engañar por las apariencias y multitudes. Solamente hay una guía y esta es la Biblia. Si no hablan y caminan conforme a ella que sean anatema aunque se llaman papa, sacerdotes, pastores, apóstoles. (Isaías 8.20).

Hay una tremenda guerra entre la verdad y la mentira. La confusión está sembrada en todas partes pero hay una increíble promesa en la Biblia: “Muchos serán limpiados, emblanquecidos y purificados. Los impíos obraran impíamente, y ninguno de los impíos entenderá. PERO LOS SABIOS ENTENDERAN.”(Daniel 12.10)
Tú debes entender, debes ser sabio(a), esta es la mejor arma que te defiende de aquellos negociantes que desean comprarte. Tu alma es el mejor tesoro. Guárdalo y solo entrégalo a Dios.
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por Nicoleta Grecea

VÍA: SEPTIMOTV

lunes, 6 de febrero de 2012

EL SÁBADO: SEÑAL Y SELLO DE DIOS


Buscar el origen del sábado fuera de las Escrituras ha demostrado ser inútil. Esa búsqueda comenzó en el siglo diecinueve cuando los descubrimientos arqueológicos de textos babilónicos incentivaron la búsqueda de los orígenes del sábado en esa ubicación geográfica y en ese tiempo. Otros procuraron encontrar sus orígenes en textos ugaríticos de Siria, de los madianitas en Sinaí, y en otras partes. El consenso acerca de la búsqueda del origen del sábado es que no hay consenso.[1] Parece ser único como una institución bíblica originada en la creación y reafirmada en el Sinaí.

El sábado actúa como una señal del pacto que Dios hizo con su pueblo (Éxo. 31:17). La celebración sabática proporciona un palacio especial en el tiempo para la comunicación y la comunión con Dios, y en su estela, trae regeneración física, mental y espiritual.[2] También proporciona libertad y liberación del trabajo, de la competencia, y de las tensiones de la existencia diaria. En resumen, trae descanso y renovación.
Quienes guardan el sábado reconocen a Dios como su Señor del pacto, el Señor de sus vidas. Reconocen a Dios como su Redentor y Santificador. Mediante ese reconocimiento, renuncian a cualquier pretensión de que guardar el sábado es una manera de ganar vida. Sin embargo, la obediencia indica que guardar la ley por el poder habilitante de Dios es la manera adecuada de vivir para cada verdadero hijo e hija de Dios.
El sábado es una señal del pacto con tres dimensiones en el tiempo. Tiene importancia para el aquí y ahora; reflexiona sobre el pasado; y alcanza al futuro. Reflexiona en que fue instituido en la creación y es un monumento a la creación divina del mundo, Dice algo significativo relacionado con la actividad de Dios en el presente, confirmando como señal del pacto en las vidas de quienes reconocen a Dios como su Señor y han aceptado su señorío y su redención y que viven como lo hacen por el poder de Dios. Entonces el sábado alcanza al futuro definitivo, al encontrar su cumplimiento concreto en el plan de salvación, cuando se experimentará la libertad total e ilimitada y la redención final.
Las cualidades redentoras y santificadoras maravillosas inherentes al sábado nos dirigen desde la creación “buena en gran manera” de Dios (Gén. 1:31), en el principio, a un futuro más glorioso de comunión sin obstáculos con el Padre y el Señor Jesucristo y el acceso ilimitado a ellos. El sábado une la creación (Gén. 2:2, 3) con la nueva creación (Isa. 66:23). Es un eslabón que señala al futuro como una garantía de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde los redimidos gozarán un compañerismo no interrumpido y cara a cara con Dios para siempre.

EL ORIGEN DEL SÁBADO
Leemos en ambos Testamentos que el sábado tiene su origen en la creación del mundo. Esta verdad es afirmada en el Antiguo Testamento en Génesis 2:2, 3 (NVI): “Al llegar el séptimo día, Dios des- cansó porque había terminado la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo día, y lo santificó, porque en ese día descansó de toda su obra creadora”. El Nuevo Testamento reafirma en las palabras de Jesús y de los apóstoles el hecho de que el sábado, el séptimo día, tuvo su origen ene1 Edén (Mar. 2:27; Heb. 4:1-11).
Tanto los observadores del sábado como quienes no lo guardan han reconocido que el séptimo día mencionado en Génesis 2:2 y 3 es el sábado. Noten un ejemplo contemporáneo: “La palabra ‘sábado’ no se emplea [en Génesis 2:2, 3]; pero es seguro que el autor [del Génesis] tuvo la intención de afirmar que Dios bendijo y santificó el séptimo día como el sábado” [3]
Dios “descansó” el sábado, ¿Tenía Dios necesidad de descanso físico? ¿Estaba Dios agotado después de su obra creadora durante la semana de la creación? ¿Cuál fue el propósito real al descansar el séptimo día de la semana de la creación? Sería ridículo sugerir que Dios se había cansado, porque Dios no se cansa nunca, de acuerdo con la Biblia. Así, el propósito de Dios para descansar el sábado no pudo haber sido que él necesitaba reposo físico.
Sería bíblico sugerir que Dios descansó el séptimo día para proporcionar un ejemplo divino para los hombres. Debemos recordar que el séptimo día de la semana de la creación fue el primer día completo de la vida de Adán y Eva.Dios se tomó el tiempo en ese primer día de su vida para tener compañerismo y comunión con ellos al proveerles un día de reposo, una rutina que había de seguirse de allí en adelante en cada séptimo día del ciclo de siete días.
El modelo que Dios estableció para los seres humanos al ser nuestro Ejemplo en el reposo indica que nosotros también debemos trabajar durante seis días y luego descansar el séptimo, el sábado, El sábado llega a ser un punto culminante de cada semana, diseñado para llamarnos a dejar nuestras actividades regulares de sustento, protección y de cuidado de nosotros mismos y de nuestros semejantes, y comunicarnos en una forma especial con el Creador, quien también es nuestro Salvador.
Otra idea importante expresada en Génesis 2:2 y 3 es que Dios “santificó” o “hizo santo” el séptimo día. ¿Cuál es la idea que comunica el hecho de hacer santo el sábado? ¿Es para proporcionar un día con la calidad mágica de santidad, presente sólo en ese día específico? El significado básico de “hacer santo” o “santificar” sugiere que el término, como se usa aquí, describe un acto de Dios al poner aparte ese día de todos los demás días, con el propósito de la presencia santificadora del Creador.
La santidad con que está saturado el sábado tiene la connotación de la manifestación especial de la presencia de Dios en ese día específico. La santidad del sábado y la santidad del pueblo de Dios están interrelacionadas de una manera u otra. El propósito de Dios cuando pidió a su pueblo: “Guardaréis mis sábados”, es que “yo soy Jehová que os santifico” (Éxo, 31:13), La santidad de Dios, la santidad del hombre, y la santidad del sábado deben estar juntas.
También se afirma que Dios “bendijo” el sábado, La idea de bendecir en las Escrituras es sumamente rica. En el Antiguo Testamento la palabra para bendecir generalmente indica un otorgamiento de algún bien material (Deut. 11:26; 28:1-14; Prov. 10:22; 28:20). Pero también se usa en otras situaciones. Por ejemplo, encontramos expresiones como “bendito sea... Israel mi heredad” (Isa. 19:25). Rara vez encontramos que en el Antiguo Testamento Dios bendiga cosas: una vez se registra que Dios bendijo los campos (Gén. 27:27), y una vez que bendijo los animales (Gén. 1:22).
Sólo en Génesis 2:3 y en Éxodo 20:11 se declara que Dios bendijo el sábado. Probablemente esto significa que mediante el sábado, Dios trasmite la bendición divina a la persona que guarda el sábado y que de ese modo se une a Dios en una relación de pacto. Esta implicación parecería asegurar a cualquiera que entra en el compañerismo y la comunión con Dios por la observancia del sábado, de que esa persona será bendecida con una vida plena en las esferas física, mental y espiritual.

EL SÁBADO Y EL MANÁ
Es interesante notar que la historia familiar del don del maná a Israel, como está registrada en Éxodo 15, es el marco en el cual Dios enseña a los israelitas, antes del Sinaí, la importancia de guardar el sábado. La forma incidental en la que se introduce el sábado en Éxodo 16 y el énfasis que Dios pone sobre él para probar “si anda en mi ley, o no” (Éxo. 16:4) implica que el sábado ya era conocido previamente. Esto es lo que afirma G. H. Waterman: “De hecho, al igualar el sábado con el séptimo día, la declaración de que Dios les dio el sábado a los israelitas, y el registro de que el pueblo, por orden de Dios, descansó en el séptimo día, todo señala inequívocamente a una temprana institución del sábado”.[4]
Dios eligió el don milagroso del maná (Éxo. 16:4-30) como la ocasión para enseñar acerca del don mayor y perpetuo del sábado. El don del maná sirvió para identificar el sábado y enfatizar su carácter santo por lo menos de tres maneras: Primera, una porción de maná caía regularmente cada día, pero el sexto día se proveía una porción doble. Segunda, el sábado no caía maná. Tercera, la porción que se guardaba del sexto al séptimo día se mantenía sin dañarse, mientras que en cualquier otro día se echaba a perder.


EL SÁBADO Y EL MANDAMIENTO
En un sentido real los Diez Mandamientos constituyen el corazón de los cinco libros de Moisés, si no de toda la Biblia. Ellos proporcionan el fundamento divino para la vida, definen la relación con sus semejantes y con Dios. El contexto amplio de la entrega de los Diez Mandamientos en Éxodo 20, es el pacto que hizo Dios con su pueblo. En este sentido, el Decálogo provee la base legal para la relación del pacto. Pero esta interrelación debe ser comprendida en su verdadero sentido.
Puede ser ventajoso comprender el aspecto legal de la relación del pacto en un sentido similar al de un certificado de casamiento en un contrato de matrimonio. Un matrimonio no puede ser legalizado por un certificado de casamiento, pero llega a ser una relación marital verdadera sólo cuando los términos legales del contrato se expresan con amor, al participar ambas personas de su vida juntas. De este modo el Decálogo como ley, es legalmente obligatorio, aunque no en un sentido restrictivo. Sus términos representan el amor de Dios por los seres humanos y representan la naturaleza y el carácter de Dios.

Los Diez Mandamientos demandaban, a su vez, una respuesta de amor de Israel. (ver Deut. 6 :4, 5). Se ha afirmado con profunda percepción que los Diez Mandamientos “representaban el amor de Dios en esas órdenes, tanto negativas y positivas, y que conducían no a una restricción de la vida, sino a una vida plena. Demandaban una respuesta de amor, no porque la obediencia de algún modo acumularía créditos a la vista de Dios, sino por causa de la gracia de Dios, experimentada ya en la liberación de Egipto y en la iniciativa divina de la promesa del pacto, reclamaban esa respuesta agradecida del hombre”.
Concentraremos nuestra atención en el cuarto mandamiento. “Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo santificó” (Éxo. 20:8-11).
Este mandamiento es el más largo de los diez, y se encuentra en el centro del Decálogo. En él Dios da un mandato positivo: “Seis días trabajarás, y harás toda tu obra” (y. 9). Este mandato positivo encuentra su análogo en el mandato negativo del versículo 10, donde Dios afirma en forma claramente: “no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas”.
Tenemos, entonces, dos mandatos aquí, uno que declara que la gente trabajará seis días, y el otro que no trabajarán ni harán ninguna obra el séptimo día, En forma similar, en este mandamiento encontramos dos motivaciones para guardar el sábado, que se complementan y se amplifican mutuamente. La primera, también positiva, indica que Dios quiere que el hombre haga tod2 su obra en los primeros seis días de la semana porque el séptimo día es el sábado de Dios. La segunda motivación comienza con una prohibición negativa pero termina en forma positiva al ligar la prohibición de hacer cualquier trabajo en el sábado con el hecho de que Dios mismo creó todo en seis días y reposó el séptimo día.
En las palabras del mandamiento del sábado repetido por Moisés en Deuteronomio 5:12 al 15, también notamos dos motivaciones. La primera, que aparece en el versículo 14, es idéntica con la primera motivación en Éxodo 20: “Mas el séptimo día es reposo a Jehová tu Dios”.
Pero la segunda motivación difiere significativamente, como se indica en el versículo 15: “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido”.
Debe reconocerse la diferencia por lo que dice, sin enfatizarla exageradamente. La referencia en el Éxodo es a la obra creativa de Dios realizada en seis días durante la semana de la creación. El descansar el sábado era para recordar que los seres humanos, como parte del orden creado por Dios, son totalmente dependientes del Creador. El tema de la creación, como lo han destacado diversos eruditos, también está presente en Deuteronomio 5. En este pasaje se hace referencia al éxodo de Egipto que señala, en efecto, “la creación del pueblo de Dios como nación, y el recuerdo de ese evento debía también recordarles a los israelitas su total dependencia de Dios”.[6]
De este modo, Éxodo 20 se refiere a la creación, al principio del mundo, y Deuteronomio 5 se refiere a otro principio, el principio del pueblo de Dios. En otras palabras, existe una profunda relación de tema entre las motivaciones en Éxodo 20 y en Deuteronomio 5 con respecto al sábado. La creación es el tema común: el poder creador de Dios.

EL SÁBADO: SEÑAL DEL PACTO
El terna de la creación no sólo aparece en Éxodo 20:11 y en Deuteronomio 5:15, sino también reaparece en Éxodo 31:16 y 17 en relación con el sábado como una señal entre Dios y su pueblo, una señal del pacto: “Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y reposó”(Éxo. 3 1:16, 17). En el Antiguo Testamento el sábado se designa cuatro veces como una señal (ver Éxo. 31:13, 17; Eze. 20:12, 20).

¿Qué significa que el sábado sea una señal? La palabra señal puede tener varios significados. En su sentido más amplio, se aplica a una acción, condición, cualidad, u objeto visible que señala un hecho o trasmite un mensaje. Es apropiado comprender el sábado como una señal en el sentido en que la Biblia usa la palabra señal. Para determinar este sentido, investigaremos unas pocas de las setenta y ocho veces en que se usa ese término en el Antiguo Testamento.
En tres casos tenemos señales asociadas a pactos. La primera señal es el arco iris (Gén. 9:12, 13, 17). Luego tenemos la “señal” relacionada con la circuncisión en el pacto hecho con Abrahán (Gén. 17:11). Y el tercer caso asocia “senal” con “pacto”, en relación con el sábado como una señal del pacto que Dios hizo con su pueblo en el monte Sinaí en Éxodo 31 (ver también Eze. 20). Al asignar ciertas características a estos eventos en la historia de la salvación, o al asignar a estos eventos el carácter de una señal, estos acontecimientos y los fenómenos asociados con ellos adquieren un valor mucho más allá del tema y del evento mismos.
El sábado es una señal del pacto “entre mí y vosotros por vuestras generaciones” (Éxo. 31:13; comparar con Eze. 20:12), había dicho Dios a Israel, La persona que guarda e1 sábado con el espíritu correcto indica por ese medio que él está en una relación salvadora con Dios.
El sábado, como una señal, le imparte al creyente en primer lugar el conocimiento de que el Señor es su Dios del pacto. También indica que Dios “santifica” su pueblo (Lev. 20:8; 21:8; 22:32; Eze. 37:28) haciéndolo un pueblo “santo” (Éxo. 19:6; Deut. 7:6; Lev. 19:2, 3).
El sábado como una señal de la santificación divina necesita más ampliación. Consideremos más de cerca Éxodo 31:13, un texto sabático que declara específicamente: “Guardaréis mis sábados; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico”. Se enfatiza aquí un aspecto enteramente nuevo del sábado como señal, la idea del sábado como una “señal” de santificación. Una persona que considera la observación del sábado como algo legalista o farisaico puede pensar que la observancia del sábado misma lo santificará. De ninguna manera. El Señor es quien santifica, dice el texto. Que la santificación es un acto de parte de Dios en favor de su pueblo es algo que nunca debe ser pasado por alto.
El proceso de santificación es tanto la obra del amor redentor de Dios como lo es la obra salvadora y redentora del Cielo mediante Cristo. Tanto la justificación como la santificación son actividades de Dios. “Yo soy Jehová que os santifico”, De este modo el sábado es una señal que imparte el conocimiento de Dios como Santificador. “El sábado dado al mundo como la señal de que Dios es el Creador es también la señal de que él es el Santificador”.[7]
La segunda idea nueva en Éxodo 31:13 es que el sábado es una señal de conocimiento: “Para que sepáis”. El concepto hebreo de conocimiento es sumamente amplio. El conocimiento tiene aspectos intelectuales, emocionales y de relación. “Conocer” no significa simplemente saber un hecho intelectualmente, particularmente cuando el objeto es una persona. Significa tener una relación significativa con la persona que es conocida. Así, “conocer a Dios” significa estar conscientemente en una relación correcta con él. Significa “servirle” (1 Crón. 28:9); significa “temerle” (Isa. 11:3; Sal. 119:79; Prov. 1:7); significa “creer” en él (Isa. 43:10); significa “confiar” en él (Sal. 9:10); significa “buscarlo” (Sal. 9:10); significa “invocar” su nombre (Jer. 10:25; Sal. 79:6).
El texto afirma claramente que el sábado es una señal del pacto entre Dios y su pueblo por todas las generaciones, con el propósito de que “sepáis que yo soy Jehová que os santifico” (Éxo. 3 1:13). El sábado como señal, con respecto al conocimiento, relaciona el hecho de que Dios es conocido como el que santifica a su pueblo. Es Dios quien hace que el pueblo sea santo. Este conocimiento es conocimiento salvador. El creyente que realmente comprende el significado del sábado y de la observancia del sábado comprende que el Señor del sábado también es su Señor. Su Señor es el Creador. Su Señor es el Redentor. Su Señor también es el Santificador.
El sábado actúa como señal todavía en otro sentido. Sirve como una marca de separación, indicando al pueblo de otras religiones o al pueblo que no guarda el sábado que existe una relación singular entre Dios y su pueblo observador del sábado. Actuando como una señal de reconocimiento, el sábado separa para Dios a su pueblo del resto de la humanidad. Como Caín fue reconocido por una señal que Dios puso sobre él, así el pueblo de Dios es reconocido por el sábado que los mantiene separados para Dios en servicio al mundo.
La pluma de Elena G. de White ha captado adecuadamente un aspecto importante de esta función del sábado como una señal: “Me-iante la santificación del sábado debemos demostrar que somos su pueblo. Su Palabra declara que el sábado ha de ser la señal que distinguirá al pueblo que guarda los mandamientos... Los que guardan la ley de Dios serán uno con él en la gran controversia comenzada en el cielo entre Satanás y Dios”.[8] El sábado es una señal de separación y de distinción del pueblo de Dios, haciéndolos visibles dentro de la esfera del gran conflicto entre los poderes del bien y los poderes del mal.

EL SÁBADO, SELLO DE DIOS
Se ha reconocido una y otra vez que el mandamiento del sábado se encuentra en el centro de los Diez Mandamientos. ¡Cuán apropiado es, siendo que relaciona la dimensión divino-humana y la dimensión humana-humana! También es apropiado como analogía con el lugar de los sellos en los antiguos documentos oficiales. El mandamiento del sábado identifica al Señor del sábado de una manera especial e indica su esfera de autoridad y dominio. En estos dos aspectos o sea, 1) la identidad de la deidad como Yahweh, el Señor, quien es el Creador (Éxo. 20:11; 31:17) y que por ello ocupa una posición singular, y 2) la esfera de su dominio y autoridad sobre “los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay” (Éxo. 20:11; comparar con 31:17)— del mandamiento del sábado tiene las características de un sello típico en los documentos que contenían tratados internacionales del antiguo Cercano Oriente. Estos sellos estaban típicamente en el centro o en el medio de los documentos del tratado y contenían también 1) la identidad de la deidad en cuyo nombre se juraba el tratado (usualmente un dios pagano), y 2) la esfera de su dominio y autoridad (generalmente un área geográfica limitada).
Por analogía, el sábado opera como una “señal” (Éxo. 31:13, 17), o en este caso, más bien como un sello, entre Dios y su pueblo (“entre mí y vosotros”), y por ello es el sello de la relación entre Dios y su propio pueblo. Esto es importante para el creyente, porque al observar el sábado, como lo hizo Dios al terminar la semana de la creación, el creyente lo reconoce como el Creador y el Re-creador (Redentor y Santificador). El creyente también reconoce la propiedad o dominio de Dios y su autoridad sobre toda la creación, aun sobre el mismo. Hace que el creyente sea parte de la comunidad del pacto de Dios de los verdaderos adoradores.
Estas son algunas de las vislumbre de las riquezas del sábado dentro del pacto. El sábado es realmente un don de Dios para los seres humanos. Proporciona para ellos un tiempo señalado divinamente para el descanso humano dentro de la inquietud de la humanidad.


Solicitamos se otorgue el crédito absoluto al creador del presente documento http://www.contestandotupregunta.org/elsabadosenaldeDios.htm


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