miércoles, 20 de marzo de 2013

La doctrina de la Trinidad: ¿Por qué es importante?



No recuerdo haber oído ningún sermón sobre la Trinidad cuando era niño. Y no fue hasta el último año de estudios en el Seminario en que escuché una exposición sustancial sobre el tema. En una asignatura sobre la doctrina de Dios, mi profesor hizo un comentario detallado de la historia y la base bíblica de la doctrina de la Trinidad. Debo confesar que el tema me resultó un tanto misterioso e impráctico. Sin embargo, mi trayectoria teológica iba a llevarme a desarrollar un interés profundo en el tema, que finalmente se convirtió en una pasión. Mi indiferencia se ha transformado en la convicción inamovible de que la doctrina de la Trinidad es la expresión teológica central del pensamiento y práctica cristianos. En efecto, lejos de ser un misterio irrelevante, da expresión al núcleo central de lo que los cristianos profesan creer sobre la naturaleza de Dios y su plan para la felicidad humana.
Pensar la teología implica dos pasos indispensables. Primero, el “qué” de una doctrina. Esta etapa del “qué” a su vez contiene dos facetas: (1) expresar claramente la doctrina, y (2) evaluar la base bíblica para enseñarla. El segundo paso es reflexionar sobre el “y entonces qué”. Esta etapa busca dejar en claro asuntos tales como las implicaciones teológicas y prácticas de la doctrina, especialmente su coherencia respecto de otras enseñanzas cristianas y la cuestión de la salvación personal, o reconciliación con Dios.
 El “qué” de la Trinidad
La creencia fundamental No. 2 de los adventistas del séptimo día explicita: “Hay un solo Dios, que es una unidad de tres Personas coeternas”.[1] Con respecto a esta declaración, tanto la iglesia cristiana en general como el movimiento adventista del séptimo día en particular han tenido que lidiar con desafíos cruciales. La cuestión de Dios como Padre nunca ha sido controvertida debido a una larga tradición de enseñanza cristiana ortodoxa.
Si bien la vasta mayoría de los cristianos han afirmado siempre la eterna deidad del Padre, ha habido controversia sobre otras cuestiones: la plena y eterna deidad del Hijo, la personalidad divina del Espíritu Santo, y la profunda unidad del trío de Personas divinas. El espacio aquí no permite una presentación detallada de los elementos de prueba bíblicos que establecen la unidad trina y una de Dios. Pero si podemos dejar sentadas la plena deidad del Hijo y del Espíritu Santo, es simplemente lógico que haya también una profunda unidad de estas Personas con el Padre. Por tanto los cristianos siempre han profesado su fe en un único Dios (monoteísmo), que se manifiesta como una unidad tripersonal (no como tres dioses, o triteísmo) íntimamente ligada por amor.
 La plena deidad del Hijo
Son tres los tipos de evidencias bíblicas de que Jesús era inherentemente divino y poseía la misma naturaleza y sustancia que el Padre.[2]
1. A Jesús se lo llama explícitamente Dios en el Nuevo Testamento. Hebreos 1 contrasta a Jesús con los ángeles. En los versículos 7 y 8 el autor asevera que Dios hizo a los ángeles “espíritus”, mientras que del Hijo dice: “Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo” (1:8, RVR). Este versículo es uno de los siete que en el Nuevo Testamento aplican el término griego que significa Dios (theos) directamente a Jesús. Los otros seis son Juan 1:1, 18; 20:28; Romanos 9:5; Tito 2:13; y 2 Pedro 1:1. Dejemos bien en claro lo que el autor de Hebreos y los otros autores del Nuevo Testamento están diciendo en estos versículos: se refieren a Jesús como “Dios” y en Hebreos el escritor está interpretando un versículo del Antiguo Testamento, aplicando a Jesús el Salmo 45:6, que originalmente se dirigía al Dios del Antiguo Testamento.
 2. Jesús se aplicó a sí mismo títulos y prerrogativas divinos. El ejemplo más claro se encuentra en Juan 8:58: “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes de que Abraham fuese, yo soy”. Con toda sencillez, lo que Jesús está diciendo aquí es que él es el Dios del Éxodo, aplicándose a sí mismo Éxodo 3:14: “Y respondió Dios a Moisés, YO SOY EL QUE SOY”.
Además, este Dios que habla en Éxodo 3:14 deja en claro su identidad como “Jehová, el Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Isaac y Jacob” (v. 15). En otras palabras, Jesús no sólo aseveró ser el Dios del Éxodo, sino también el Jehová de los patriarcas. No de balde, entonces, los incrédulos fariseos “tomaron entonces piedras para arrojárselas” (Juan 8:59), que era el castigo de la blasfemia en el Antiguo Testamento (ver Juan 5:17, donde Jesús hace una aseveración similar).
3. Los escritores del Nuevo Testamento aplican nombres divinos a Jesús. En Hebreos 1:10-12 la inspiración aplica a Jesús el título supremo del Antiguo Testamento para Dios (YHWH o Jehová). El autor de Hebreos le aplica el Salmo 102:25-27. No era desacostumbrado para los autores del Nuevo Testamento hacer este tipo de aplicación, pero lo que es llamativo en este caso es que este Salmo estaba dirigido originalmente al Jehová del Antiguo Testamento. Por tanto, el autor neotestamentario se sentía cómodo al aplicar a Jesús pasajes que originalmente se referían al Dios eterno de Israel. Esto implica claramente que Jesús es Jehová, el Señor del Antiguo Testamento. Apocalipsis 1:17 cita palabras de Jesús refiriéndose a sí mismo como eterno, “el primero y el último”.
 La plena deidad del Espíritu Santo
Las Escrituras proveen numerosas líneas de evidencia que atestiguan la naturaleza divina del Espíritu. La más representativa viene del libro de los Hechos, en la historia trágica de Ananías y Safira. Estos esposos denegaron privadamente el voto sagrado que habían hecho a Dios. Cuando vinieron a depositar públicamente sus ofrendas parciales a los pies de los apóstoles, cayeron muertos. Instantes antes, Pedro había preguntado a Ananías: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?”. A esto sigue la sorprendente revelación “No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5:3, 4). La implicación más obvia es que el Espíritu Santo es un ser divino.
Otras evidencias aparecen en los muchos pasajes que describen la obra del Espíritu como algo que es exclusivo de Dios. El ejemplo más claro está en 1 Corintios 2:9-11. Pablo declara que sus lectores pueden tener un conocimiento completo de las cosas “que Dios ha preparado para aquellos que le aman” (v. 9). ¿Y cómo es posible tal conocimiento? Porque “Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (v. 10). “Porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también nadie conoció lo que es de Dios, sino el Espíritu de Dios” (vv. 10, 11). Lo que el pasaje enseña es esto: Para conocer lo que es verdaderamente “del hombre” uno debe obtener tal información de un ser humano. De manera paralela, sólo un ser divino puede conocer en verdad lo que está en la mente y el corazón de otro ser divino.
 El “y entonces qué” de la Trinidad
¿Cuáles son los “y entonces qué” de la plena deidad tanto del Hijo como del Espíritu? Antes de abordar estas importantes preguntas necesitamos tratar un asunto que inquieta a muchos: La aparente falta de lógica de creer que tres equivalen a uno. Tales cuestiones inquietan especialmente a las mentes racionalistas de muchos universitarios y a nuestros amigos monoteístas musulmanes.
La objeción lógica. Millard Erickson ha sugerido que la razón humana no puede tolerar una matemática trinitaria donde “3 = 1”. Si uno va al supermercado, elige tres panes, y entonces trata de convencer a la cajera de que los tres son realmente uno, de modo que no necesita pagar más que uno, es seguro que la cajera llamará de inmediato a un guardia de seguridad.[3]
La primera respuesta a la lógica del pensamiento trinitario es admitir que estamos tratando con el más profundo de los misterios. De hecho, en las relaciones amorosas se produce una profunda unidad social o emocional. ¿Hemos de decir entonces que las relaciones amorosas son totalmente ilógicas e incoherentes? Creemos que no. Y parece que esta es la mejor manera de dar cuenta coherentemente del misterio de la Trinidad y su unidad plural.
Erickson señala sabiamente el camino a una respuesta: “Proponemos, por tanto, pensar de la Trinidad como una sociedad de personas que constituye, sin embargo, un único ser. Si bien esta sociedad de personas tiene dimensiones en sus relaciones interpersonales que no se encuentran entre los humanos, hay paralelos esclarecedores. El amor es la relación vinculante dentro de la Deidad que une a cada Persona con las otras”.[4]
Erickson apela directamente a 1 Juan 4:8, 16: “Dios es amor”. ¿Comprendemos de veras la profundidad de esta declaración inspirada tan cautivante en su sencillez? Estas tres significativas palabras nos ayudan a comprender a un Dios que ha existido eternamente en un estado de unidad trinitaria. “La declaración ‘Dios es amor’ no es una definición de Dios, ni tampoco meramente de uno de sus múltiples atributos. Es una caracterización esencial de Dios”.[5]
Para los cristianos trinitarios, la cuestión clave acerca de Dios se relaciona con su amor. Dios es “amor” en la esencia misma de su ser y es su característica fundamental. Y si Dios es verdaderamente el Dios de “amor” (Juan 3:16 y 1 Juan 4:8), necesitamos considerar las siguientes implicancias:
¿Puede realmente Aquel que existe desde la eternidad —y que nos hizo a su imagen—, puede este Dios ser llamado “amor” si existía como ser único y solitario? ¿No es acaso el amor, y especialmente el amor divino, posible sólo si Aquel que hizo nuestro universo era un ser plural, que ejercía amor dentro de su pluralidad trinitaria desde la eternidad? ¿Acaso no es verdad que el amor real, desinteresado, es posible solamente si procede de ese Dios quien, por su propia naturaleza, era y es y será por siempre un Dios de amor, como una trinidad de seres en sociedad?
Nos sentimos impulsados a afirmar que Dios es una trinidad de amor y que este amor ha encontrado su revelación más profunda en la obra de creación, encarnación, vida, muerte, y resurrección del divino Hijo de Dios. La unidad trinitaria de Dios, en última instancia, no es ilógica. De hecho, es la fuente de la única lógica que tiene real sentido: un amor abnegado, en mutua sumisión, y que se manifiesta en la gracia de su poder creador y redentor.
Tal amor infinito debe ser comunicado en forma práctica a los seres limitados y pecaminosos. Y aquí es donde el “¿y entonces qué?” de la plena deidad del Hijo y del Espíritu se proyecta en el drama de la creación y redención.
 La deidad de Cristo: Implicaciones
En primer lugar, antes de que la Trinidad pudiera hacer valer la eficacia salvadora de la vida y muerte de Cristo para la redención de los pecadores, existía la necesidad urgente de revelar a seres humanos enajenados por el pecado acerca de cómo es en realidad Dios. El único ser que podía ofrecer una revelación auténtica de la naturaleza divina era Dios mismo. Esta habría de ser la misión primaria de Jesús, el divino Hijo de Dios. Y al hacer provisión para la salvación de los seres humanos en rebelión, mediante su muerte expiatoria, sólo Aquel que es igual al Padre en su naturaleza divina podía ofrecer un sacrificio capaz de satisfacer plenamente la justicia de Dios. Sólo un Cristo plenamente divino, por medio del Espíritu Santo, era lo suficientemente poderoso como para re-crear a seres dañados por el pecado en la imagen del carácter divino. Sólo el divino Hijo podía efectuar la conversión o el nuevo nacimiento y transformar el carácter humano para que refleje la imagen divina. En resumen, sólo el Hijo que es amor encarnado puede manifestar y hacer efectivo tal amor transformador.
 La plena deidad del Espíritu
Como en el caso de la deidad del Hijo, las implicaciones teológicas de la deidad del Espíritu surgen de las cuestiones relacionadas con la intención divina de redimir a la humanidad manchada por el pecado. Por cierto, si sólo Aquel igual en naturaleza y carácter al Padre podía ofrecer un sacrificio eficaz por el pecado; por igual razón, sólo aquel Espíritu que es plenamente divino podía comunicar con eficacia el beneficio de este sacrificio a los seres humanos pecadores. Era necesario un Espíritu plenamente divino para revelar al pecador la obra del plenamente divino Hijo de Dios (1 Corintios 2:7-12).
Sólo el Espíritu tendría el poder de persuadir a la humanidad caída acerca del gran amor de Dios. Sólo Aquel que está eternamente ligado al corazón de amor abnegado del Padre y el Hijo puede comunicar con eficacia tal amor. Sólo Aquel que ha actuado con el Hijo en la creación está equipado para realizar la nueva creación dentro de almas arrasadas por las fuerzas destructivas de Satanás y el pecado (Romanos 8:10, 11). Sólo Aquel que está en plena sintonía con el corazón del ministerio encarnado de Jesucristo, y al mismo tiempo es capaz de estar en todas partes al mismo tiempo con la omnipresencia de Dios tiene la capacidad de presentar la presencia personal y redentora de Cristo al mundo entero. El único Ser que puede hacer tales cosas es el Espíritu Santo, personal y omnipresente.
 Una exhortación
Quiero invitar a cada lector a sopesar con cuidado y oración la doctrina de la Trinidad y su profunda implicación para la vida y el destino que el Dios de la Biblia nos ofrece a cada uno de nosotros. Esta doctrina satisface la demanda moderna de una solución racional a la problemática del hombre en rebelión contra Dios, y al mismo tiempo ofrece un misterio atractivo para los gustos de los posmodernos, más afectos a lo relacional. Además, el pensamiento trinitario ofrece una visión de la vida en relaciones de amor que refleja la más profunda realidad ofrecida por Aquel que ha hecho el mundo con amor y está tratando de redimirlo del pecado, que es la mayor antítesis del amor divino.
Además, no se me ocurre ningún argumento mejor al relacionarnos con las preocupaciones monoteístas de nuestros amigos musulmanes. Si el amor abnegado de Jesús —el Hombre de avanzada de la Trinidad— no puede rescatarnos de nuestra situación, no hay nada que lo pueda lograr. Los recursos del amor que fluye del Padre, hechos carne en Jesucristo y comunicados por la plenamente divina Persona del Espíritu Santo nos ofrecen la visión teológica más rica que se pueda imaginar para el destino de un mundo caído.
  Woodrow W. Whidden (Ph.D., Drew University)

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*Publicado en la revista Diálogo Universitario 16/3 (2004), 11-13.
[1]Creencias de los adventistas del séptimo día: Una exposición bíblica de 27 doctrinas fundamentales, edición revisada (Boise, Idaho: Publicaciones Interamericanas, 1988), 24.
[2]Para una presentación más abarcante de la evidencia, ver mis capítulos en la Sección Uno, The Trinity: Understanding God’s Love, His Plan of Salvation and Christian Relationships (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publ. Assn., 2002), 16-119.
[3]Millard Erickson, Making Sense of the Trinity: Three Crucial Questions (Grand Rapids, Michigan: Baker Book House, 2000), 43, 44.
[4]Ibid., 58.
[5]Ibíd.

Documento: Estilo de Vida y Conducta Cristiana




¿En qué consiste este documento? y ¿Cuál es el propósito?

Una comisión de líderes adventistas de ocho países sudamericanos voto, al final del 2012, documentos titulado Estilo de Vida y Conducta Cristiana.
El objetivo es reafirmar la creencia bíblica definida por la Iglesia Adventistas del Séptimo Día en relación al comportamiento de un cristiano delante de diferentes situaciones de su vida cotidiana como recreación, medios de comunicación, vestuario, sexualidad, joyas, ornamentos y salud.
La idea del documento no es reemplazar a la Biblia ni crear nuevas normas. La intención fue resumir, en un lenguaje más claro, simple y objetivo lo que Dios estableció en Su Palabra sobre esos temas en el contexto de la misericordia y de la gracia cristiana.
Se trata de un material que reúne en un solo lugar varias declaraciones que reflejan el pensamiento adventista sobre el asunto. Como el propio documento dice: “Las recomendaciones presentadas en este documento no deben ser usadas como elemento de crítica o juicio de otros, sino como apoyo para la vida personal”.

Haga clic abajo para obtener los materiales relacionados:

A continuación sigue el documento completo:


Introducción

La Iglesia Adventista del Séptimo Día, reconoce la importancia del sacrificio de Cristo en la cruz como precio pagado por nuestra salvación. Dios, en su infinito amor por el mundo, “…que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Él “…muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8), y nos invita a aceptar ese sacrificio de amor, a entregarle completamente la vida y a nacer de nuevo en Cristo (Juan 3:3-15). La persona que pasó por esta experiencia con Jesús debe ahora andar en “novedad de vida”, entregándole todo su ser y todos los aspectos de su vida (Rom. 6:1-11). “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
Una vida renovada lleva al cristiano a un alto patrón de comportamiento a través de un estilo de vida que glorifique a Dios, y que evidencie públicamente la fe y el compromiso que tiene con Cristo Jesús. Dos enseñanzas bíblicas fundamentan la importancia del estilo de vida para el cristiano adventista: 1) La restauración de la imagen de Dios en el ser humano; y 2) la misión profética específica de la Iglesia Adventista en el fin de los tiempos.
La restauración de la imagen de Dios. De acuerdo con las Escrituras, el ser humano fue creado a “imagen y semejanza” de Dios (Gén. 1:26, 27). Esta realidad fue manchada por el pecado (Gén. 3). Desde la caída, en tanto, Dios ha trabajado por la restauración plena de esta imagen en el ser humano (Rom. 8:29; 1 Cor. 15:49; 2 Cor. 3:18; Efe. 4:22-24; Col. 3:8-10) a través de la redención en Cristo Jesús, y de la actuación del Espíritu Santo en la vida y la mente de aquellos que responden positivamente a su invitación a la salvación (Juan 1:12, 13; 3:3-16).
En este proceso de restauración, Dios llama a sus hijos a un reavivamiento y reforma a través del compromiso con la santidad. “Seréis santos, porque yo soy santo” (Lev. 11:44, 45; 19:2; 20:26); “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat. 5:48). Estas exhortaciones bíblicas son muchas veces malinterpretadas y usadas como base de un legalismo exigente y frío, comúnmente denominado perfeccionismo. Por otro lado, en el Sermón del Monte (Mat. 5:43-48), Cristo dejó en claro que “ser santo” y “ser perfecto” como Dios es ser un canal divino de su gracia, su amor y su bondad hacia los seres humanos. El cristiano se convierte en un canal de Dios al amar sinceramente a todas las personas con las que se relaciona, orando por ellas y ayudándolas, aun cuando sean sus enemigos o sus perseguidores. El cristiano es llamado a imitar a Dios en todos los aspectos de su vida (1 Ped. 1:13-16).
Para que esto sea posible, Dios concede a sus hijos el Espíritu Santo, el Consolador, que opera en la mente y corazón de los seres humanos, lo que incluye cultivar los atributos internos (amor, bondad, compasión, justicia, verdad, pureza, honestidad, responsabilidad, altruismo, etc.) y los externos (modestia, decencia, temperancia, buenas obras, etc.). Esos atributos representan la restauración del carácter divino evidenciado por el fruto del Espíritu en la vida de los hijos de Dios (Rom. 12:1-13:14; Gál. 5:16-26; Efe. 4:17-5:21; Col. 3:1-17; 1 Tes. 4:1-12; 1 Tim. 2:8-3:13).
La misión profética de la Iglesia Adventista. La segunda enseñanza bíblica que recalca la importancia de un estilo de vida consagrado a Dios es la misión específica de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Desde sus inicios, los adventistas del séptimo día se consideran un movimiento profético, con la misión especial de preparar a un pueblo para la segunda venida de Jesús. Ese movimiento fue profetizado de distintas maneras: en Isaías 40:1 al 5, como la “voz que clama en el desierto”, preparando el camino del Señor; en Isaías 58:12, como “reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar”, que restablecería las verdades bíblicas olvidadas, entre las cuales se encuentra la santificación del sábado; en Malaquías 4:4 al 6, como el Elías que precedería a la venida del Mesías. Su cumplimiento fue predicho en Apocalipsis 14:6 al 12, con el triple mensaje angélico predicado en los últimos días de la historia humana por los “santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.
La misión de la Iglesia Adventista es la misma que la de Juan el Bautista: preparar a un pueblo para la venida de Jesús, y ambos son objeto de las profecías específicas de Isaías 40 y Malaquías 4. Juan el Bautista es, por lo tanto, un modelo profético de la Iglesia Adventista, y se le da un gran énfasis a su estilo de vida, especialmente en relación con la comida, la bebida y la vestimenta (Mat. 3:4; Mar. 1:6; Luc. 1:15). Eso presupone que un estilo de vida específico, ordenado por Dios, es un aspecto importante en el cumplimiento de la misión del mensajero profético que prepara la venida del Señor.

Recomendaciones

Basados en esa percepción de las verdades bíblicas, la División Sudamericana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día reafirma su compromiso con un estilo de vida cristiano que represente su llamado y su misión ante el mundo y que sea una respuesta de corazón a la gracia y al amor de Dios. Y, con el propósito de aconsejar e incentivar a sus miembros a crecer en la fe, a profundizar su experiencia con Dios y a avanzar en el cumplimiento de la misión evangélica, recomendamos lo siguiente:

1. Vida de santificación

El cristiano es llamado a consagrar a Dios todos los aspectos de su vida. Como está escrito: “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Ped. 1:13-16).
Al hacer la voluntad del Maestro, “debemos llegar al punto de reconocer plenamente el poder y la autoridad de la Palabra de Dios, ya sea que concuerde o no con nuestras opiniones preconcebidas. Tenemos un libro-guía perfecto. El Señor nos habló a nosotros; y, sean cuales fueren las consecuencias, debemos recibir su Palabra y practicarla en la vida diaria. De otro modo, estaremos escogiendo nuestra propia versión del deber y haciendo exactamente lo opuesto de lo que nuestro Padre celestial nos mandó realizar” (Elena de White, Manuscrito 148, 1902).

2. Crecimiento espiritual

La santificación implica un continuo proceso de crecimiento espiritual por la gracia de Dios en Jesús, a través de la comunión personal con él por el estudio de la Biblia, por la práctica de la oración y por el testimonio personal. El objetivo es llegar “a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efe. 4:13-15).
“Muchos tienen la idea de que deben hacer alguna parte de la obra solos. Ya han confiado en Cristo para el perdón de sus pecados, pero ahora procuran vivir rectamente por sus propios esfuerzos. Mas tales esfuerzos se desvanecerán. Jesús dice: ‘Porque separados de mí nada podéis hacer’. Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nuestra utilidad, todo depende de nuestra unión con Cristo. Solamente estando en comunión con él diariamente, a cada hora permaneciendo en él, es como hemos de crecer en la gracia” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 68).

3. Pureza moral

Todo hijo e hija de Dios debe conservar puros el corazón y la mente (Sal. 24:3, 4; 51:10), siguiendo el modelo de Cristo: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3).
El cristiano debe evitar y rechazar todo lo que pueda contaminar su mente y su vida, llevándolo a pecar. Dos exhortaciones de Pablo sirven para guiar las decisiones del cristiano: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31); “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8).

4. Recreación y medios de comunicación

Siguiendo el principio de la pureza moral, el cristiano debe evitar libros y revistas, programas de radio, televisión, Internet o cualquier otro tipo de medio, juegos o equipamientos modernos cuyo contenido pueda contaminar su mente y su corazón. Se debe evitar todo lo que induzca al mal y promueva violencia, deshonestidad, falta de respeto, adulterio, pornografía, vicios de toda clase, incredulidad, uso de palabras groseras o lenguaje obsceno, entre otras cosas. El cristiano no puede conformarse a los valores comunes de un mundo profundamente corrompido por el pecado, sino que debe ser transformado por el Espíritu, renovando su mente a fin de experimentar “la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:2; ver también 1 Juan 2:15-17).
Ciertos lugares públicos de diversión tales como estadios deportivos, teatros y cines, en su programación habitual, son inapropiados para el cristiano adventista. Varios factores contribuyen para esa evaluación negativa por parte de la iglesia:
  • la falta de control sobre el contenido que es presentado o el evento que está ocurriendo;
  • la psicología de masa, que muchas veces lleva a uno a seguir en una dirección que de otro modo no lo haría;
  • el hecho de que todo el ambiente sea planeado para potenciar el impacto sobre el individuo y su mente, facilitando la aceptación, generalmente imperceptible, de ideas y valores contrarios a la fe cristiana;
  • el tiempo y los recursos financieros gastados en esas diversiones, que podrían ser utilizados para otros fines más condecentes con la fe y los propósitos de vida de un cristiano;
  • el testimonio negativo que la frecuentación a esos lugares puede dejar en la mente de miembros y no miembros de la iglesia.
El consejo de Elena de White a los jóvenes acerca del teatro, en su tiempo, resulta aún más pertinente hoy para todos los lugares de diversión: “Entre los placeres más peligrosos, se encuentra el teatro. En vez de ser una escuela de moralidad y virtud como a menudo se dice, es el foco mismo de la inmoralidad. Estos entretenimientos fortalecen y confirman hábitos viciosos y propensiones pecaminosas. Los cantos bajos, las expresiones, las actitudes y los gestos impúdicos depravan la imaginación y rebajan las costumbres. Todo joven que asista habitualmente a tales exhibiciones se corromperá en sus principios. [...]
“El amor por estas escenas aumenta con cada participación en ellas así como el deseo de las bebidas intoxicantes se fortalece con su uso. La única conducta segura es evitar el teatro, el circo, y cualquier otro lugar dudoso de diversión” (Elena de White, Mensajes para los jóvenes, p. 380).
El baile y ambientes sociales como los locales bailables y otros lugares nocturnos son contrarios al principio de la pureza cristiana, dado que excitan las pasiones humanas, la lujuria y la seducción. El baile es comúnmente acompañado por el uso de bebidas alcohólicas, de drogas, de prácticas violentas y de un comportamiento desenfrenado. Su promoción y práctica no armonizan con los principios cristianos adventistas, incluso en un contexto particular, residencial, o en actividades espirituales y sociales realizadas por la iglesia.
La recreación a través de la música, sea religiosa o no, también debe pasar por los criterios bíblicos de la glorificación a Dios y la calidad del material en cuestión. Una discusión detallada de este asunto tan importante aparece en los documentos: “Filosofía adventista del séptimo día en relación con la música” y “Orientaciones sobre la música para la Iglesia Adventista del Séptimo Día en América del Sur”. Haga clic aquí para leer estos documentos.

5. Vestimenta

La vestimenta cristiana es claramente orientada, en las Escrituras, por el principio de la modestia y la belleza interior, que implican el buen gusto con decoro. Los adventistas del séptimo día creen que los principios acerca de la vestimenta que aparecen en 1 Timoteo 2:9 y 10, y 1 Pedro 3:3 y 4, en relación con las mujeres cristianas, se aplican tanto a hombres como a mujeres. El cristiano debe vestirse con modestia, decencia, buen gusto, evitando la sensualidad provocativa tan común de la moda, y sin ostentación de “oro, ni perlas, ni vestidos costosos” (1 Tim. 2:9). Este principio debe aplicarse no solo a las ropas, sino a todos los asuntos que involucran la apariencia personal y sus adornos. Su vestimenta debe evidenciar la riqueza del hombre “interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Ped. 3:4).
“Se juzga el carácter de una persona por el estilo de su vestido. El gusto refinado y la mente cultivada se revelarán en la elección de atavíos sencillos y apropiados [...].

“Es justo amar la belleza y desearla; pero Dios desea que primero amemos y busquemos la belleza superior, imperecedera. Las producciones más descollantes del ingenio humano no poseen belleza alguna que pueda compararse con la hermosura de carácter que a su vista es de ‘gran precio’ ” (Elena de White, La educación, pp. 248, 249).

6. Joyas y adornos

Los principios bíblicos de la modestia y de la belleza interior, que aparecen en 1 Timoteo 2:9 y 1 Pedro 3:3, dejan bien en claro que el cristiano debe abstenerse del uso de joyas y de otros adornos, como bijouterie y piercing, y de tatuajes (Lev. 19:28). Según la exhortación bíblica, el cristiano debe llevar una vida simple, sin ostentación, evitar gastos innecesarios y estar libre de todo espíritu de competencia tan común en la sociedad. Estos principios se aplican a las joyas ornamentales. Las joyas funcionales, usadas según el contexto sociocultural, también deben seguir los mismos principios.
Para el cristiano, la autoestima y la valorización social están fundamentadas en el hecho de que el ser humano ha sido creado a la imagen de Dios (Gén. 1:26, 27); de que cada individuo ha sido dotado de dones y talentos que le son únicos (Mat. 25:14-29); y, sobre todo, por haber sido rescatado del pecado por el más alto precio posible en el universo, la preciosa sangre de Cristo (1 Cor. 6:20). La búsqueda de autoestima y valorización social por medio del uso de joyas u ornamentación externa entra en conflicto con la profunda experiencia cristiana que Dios desea para sus hijos e hijas (1 Tim. 2:9, 10; 1 Ped. 3:3, 4).
Aunque varios personajes bíblicos han usado joyas, el texto bíblico deja en claro que abandonar su uso caracteriza un movimiento de total reavivamiento y reforma espiritual del pueblo de Dios (Gén. 35:2-4; Éxo. 33:5, 6). Y es en ese contexto de reforma y consagración que los apóstoles Pablo y Pedro señalan la norma que debe ser seguida por los discípulos de Cristo. Para los adventistas del séptimo día, esa norma debe ser aún más relevante, dado que nuestra misión como el Elías profético en estos últimos tiempos significa también simplicidad en la vestimenta (Mat. 11:7-10; Mar. 1:6; Luc. 7:24-27). “El vestir en forma sencilla, absteniéndose de la ostentación de las joyas y ornamentos de toda clase, está en consonancia con nuestra fe” (Elena de White, Mensajes selectos, t. 3, p. 280).

7. Sexualidad humana

La sexualidad humana es presentada en la Biblia como parte de la imagen de Dios en la humanidad (Gén. 1:27), y fue planificada por Dios con el fin de ser una bendición para el género humano (Gén. 1:28). Desde el principio, Dios estableció también el contexto en el que la sexualidad debe ser utilizada: el matrimonio entre un hombre y una mujer (Gén. 2:18-25; Heb. 13:4). La Biblia deja en claro que la sexualidad debe ser ejercida con respeto, fidelidad, amor y consideración por las necesidades del cónyuge (Prov. 5:15-23; Efe. 5:22-33). El adventista fiel debe evitar también el yugo desigual, relacionándose afectivamente y uniéndose en matrimonio solamente con alguien que comparta su fe (2 Cor. 6:14, 15).
Las Escrituras claramente clasifican como pecado las diferentes formas de sexo fuera de las directrices divinas, como:
  • el sexo premarital y la violencia sexual (Deut. 22:13-21, 23-29);
  • el adulterio, o sexo extraconyugal (Éxo. 20:14; Lev. 18:20; 20:10; Deut. 22:22; 1 Tes. 4:3-7);
  • la prostitución, femenina o masculina (Lev. 19:29; Deut. 23:17);
  • la relación con personas de la misma familia o niños (Lev. 18:6-17; 20:11, 12, 14, 17, 19-21);
  • la relación entre personas del mismo sexo (Lev. 18:22; Lev. 20:13; Rom. 1:26, 27);
  • el travestismo (Deut. 22:5);
  • y la relación sexual con animales (Lev. 18:23; Lev. 20:15, 16).
Las Escrituras también condenan
  • el acoso sexual (Gén. 39:7-9; 2 Sam. 13:11-13);
  • el exhibicionismo sensual (Eze. 16:16, 25; Prov. 7:10, 11);
  • mantener pensamientos y deseos impuros (Mat. 5:27, 28; Fil. 4:8);
  • la impureza y los vicios secretos, como la pornografía y la masturbación (Eze. 16:15-17; 1 Cor. 6:18; Gál. 5:19; Efe. 4:19; 1 Tes. 4:7).
El argumento común de que muchos de esos comportamientos sexuales no eran aceptados en la antigüedad, cuando la Biblia fue escrita, pero que hoy son socialmente aceptados y, por lo tanto, pueden ser incluso practicados por los cristianos, demuestra falta de conocimiento de la realidad que había entre los pueblos vecinos del antiguo Israel. El mismo texto bíblico es muy claro en esta cuestión. Levítico 18 dice que esas prácticas eran comunes y aceptadas en Egipto y, más aún, en la tierra de Canaán (Lev. 18:3, 24, 25, 27). Dios condenó esas prácticas, a pesar de que eran aceptadas en la antigüedad. Los israelitas debían vivir según otro modelo de comportamiento sexual, es decir, lo que está explícito en los mandamientos de Dios (Lev. 18:4, 5, 26, 30).
Sin embargo, para aquellos que sufren tentaciones o que han sucumbido en cualquier área del comportamiento sexual, la promesa de victoria en Dios es animadora: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13); “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). “Quienes confían en Cristo no han de ser esclavos de tendencias y hábitos hereditarios o adquiridos. En vez de quedar sujetos a la naturaleza inferior, han de dominar sus apetitos y pasiones. Dios no deja que peleemos contra el mal con nuestras fuerzas limitadas. Cualesquiera que sean las tendencias al mal, que hayamos heredado o cultivado, podemos vencerlas mediante la fuerza que Dios está pronto a darnos” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 131).

8. Salud

El cuerpo humano es el templo del Espíritu Santo y el cristiano debe glorificar a Dios en su cuerpo (1 Cor. 3:16, 17; 6:19, 20; 10:31). El cuidado del cuerpo y de la salud forma parte de la restauración de la imagen de Dios en el hombre: “Dios quiere que alcancemos el ideal de perfección hecho posible para nosotros por el don de Cristo. Nos invita a que escojamos el lado de la justicia, a ponernos en relación con los agentes celestiales, a adoptar principios que restaurarán en nosotros la imagen divina. En su Palabra escrita y en el gran libro de la naturaleza, ha revelado los principios de la vida. Es tarea nuestra conocer estos principios y, por medio de la obediencia, cooperar con Dios en restaurar la salud del cuerpo tanto como la del alma” (Elena de White, El ministerio de curación, pp. 77, 78).
En su Palabra, Dios dio orientaciones claras acerca de la comida (Gén. 1:29; 3:18; 7:2; 9:3, 4; Lev. 11:1-47; 17:10-15; Deut. 14:3-21) y la bebida (Lev. 10:9; Núm. 6:3; Prov. 20:1; 21:17; 23:20, 29-35; Efe. 5:18). La dieta vegetariana es el ideal de Dios para el ser humano (Gén. 1-3), y también la abstinencia de cualquier tipo de bebida alcohólica y de todo lo que sea perjudicial para la salud humana, como las bebidas con cafeína y las drogas (Éxo. 20:13; 1 Cor. 3:17; 6:19; 10:31). Las cosas buenas que Dios creó para el ser humano deben ser usadas con equilibrio y sabiduría (Prov. 25:16, 27). Las cosas malas deben ser totalmente evitadas.
La alimentación adecuada y la abstinencia de todo lo que es perjudicial para la salud son dos de los ocho remedios naturales que Dios prescribió para sustentar una vida saludable y equilibrada, y para la cura de muchas dolencias y sufrimiento: “El aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un régimen alimenticio conveniente, el agua y la confianza en el poder divino son los verdaderos remedios. Todos deberían conocer los agentes que la naturaleza provee como remedios, y saber aplicarlos [...].

“Los que perseveren en la obediencia a sus leyes encontrarán recompensa en la salud del cuerpo y del espíritu” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 89).

Conclusión

Las recomendaciones presentadas en este documento son consejos y orientaciones a ser seguidos con oración, como resultado de la profunda relación personal con Dios, en la búsqueda de sus verdades y de su presencia en la primera hora de cada día. Ellas no deben ser usadas como un elemento de crítica o juicio de otros, si no como apoyo para la vida personal.
La Palabra de Dios y los consejos divinos que nos fueron transmitidos por el ministerio profético de Elena de White nos exhortan, como adventistas del séptimo día, a vivir un estilo de vida que sea una respuesta de amor a la bondad, la gracia y el infinito amor de Dios por nosotros. El fruto del Espíritu debe permear todas las dimensiones de nuestro vivir, proporcionando equilibrio entre los aspectos interiores del ser y los exteriores del hacer. El resultado de eso será nuestra propia felicidad y bienestar, y el desarrollo de nuestra salvación en todos los aspectos deseados por Dios. Y, por último, estaremos sentando una de las bases fundamentales para el cumplimiento de nuestra misión profética, esperando en breve oír de los labios del mismo Jesús: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mat. 25:21).

viernes, 15 de marzo de 2013

¿Se puede confiar en la profecía bíblica? La experiencia de Daniel



La profecía es crucial para la fe y las creencias adventistas. Es sobre la base de la profecía bíblica que se fundó el movimiento adventista, con la convicción de que la historia llegará a su clímax en ocasión de la segunda venida de Cristo. Hacia esa culminación gloriosa se dirige la historia que terminará en el momento en que Dios destruya el pecado y a Satanás para siempre y abra las puertas de la eternidad para los redimidos de todas las edades. La interpretación adventista de los eventos de los últimos días se basa en las profecías de Daniel y Apocalipsis, además de otras declaraciones proféticas de la Biblia. Sin embargo, muchos cristianos y no cristianos han cuestionado la autenticidad de la profecía bíblica y tienden a rechazar la interpretación adventista como esencialmente especulativa.

Esta acusación no debe aceptarse sin realizar un serio estudio teológico e histórico de la profecía bíblica para constatar si es digno de creer, o no. Un breve análisis al libro de Daniel muestra que su contenido profético es confiable desde la historia y significativo desde la teología. Este artículo así lo muestra.

El libro de Daniel se divide claramente en dos mitades. La primera relata parte de la historia neobabilónica, especialmente al incluir el relato de Daniel y sus tres compañeros (caps. 1-6). La segunda parte presenta algunas profecías altamente simbólicas y de largo alcance que son llamadas apocalípticas (caps. 7-12). La primera parte también contiene profecías que, con excepción del sueño de Nabucodonosor del capítulo 2, involucran mayormente a personas, lugares y eventos locales. Las profecías relacionadas con Nabucodonosor en el capítulo 4 y con Belsasar en el 5 se parecen más a las profecías “clásicas” que se encuentran, por ejemplo, en Isaías y Jeremías.

Esta gama cronológica de profecías nos brinda la oportunidad de relacionar estas predicciones con el cumplimiento histórico en una escala que va desde el tiempo cercano a Daniel hasta un período intermedio posterior a su vida y que alcanza las profecías futuras de siglos después.

Una profecía cercana: La caída de Belsasar

El capítulo 5 de Daniel narra lo que sucedió en el palacio de Babilonia la noche en que la ciudad cayó en poder de los medos y los persas. El rey, que es identificado como Belsasar, invitó a sus nobles y funcionarios a un gran banquete. Sin duda creía que los persas que sitiaban Babilonia no tenían posibilidad de lograr su meta, debido a las extraordinarias y sólidas fortificaciones de la ciudad.

En el transcurso de la fiesta, apareció una escritura sobrenatural en la pared de la cámara del palacio donde se llevaba a cabo el banquete. Las cuatro palabras escritas allí eran tan misteriosas que ninguno de los sabios de Babilonia pudo interpretarlas. Se llamó entonces a Daniel, que era recordado por un episodio previo de interpretación. Él pudo leer la escritura y decirle al rey el significado: había sido pesado en la balanza del juicio divino y había sido hallado falto. Su reino le sería quitado y dado a los medos y persas.

Esta profecía se cumplió esa misma noche cuando las fuerzas invasoras entraron en la ciudad utilizando la estrategia de desviar el curso del río Éufrates. Babilonia fue conquistada sin ninguna batalla. Belsasar fue muerto y su reino pasó a manos de los medos y los persas.

En primera instancia, se podría pensar que no hay forma de constatar mediante fuentes históricas el cumplimiento de esta profecía. Si bien es verdad que sería muy difícil demostrar que ésta fue dada la misma noche de su cumplimiento, existen métodos indirectos para evaluar su contexto.

En cierto momento, la existencia de Belsasar era desconocida. Su padre Nabonido aparecía como el último rey del período neobabilónico. A partir de 1861 el nombre de Belsasar, como príncipe heredero, comenzó a aparecer en tablillas cuneiformes que se estaban traduciendo. Estas referencias se sucedieron hasta que en 1929 se publicó una tablilla conocida como “El relato en verso de Nabonido”. Esta importante tablilla indicaba que Nabonido había “confiado su autoridad” a Belsasar cuando viajó por largo tiempo a Tema, en Arabia. De esta manera se obtuvieron evidencias de que Belsasar fue algo así como con un corregente o rey.

El episodio descrito en Daniel 5 es específico. Indica que cuando Daniel ingresó a la sala del trono para leer la escritura en la pared, el rey presente era Belsasar, no Nabonido. Era de esperar que Nabonido estuviera a cargo de ese banquete, pero él ni siquiera es mencionado en la narrativa, lo que implica que ni siquiera estaba en el palacio esa noche. Si no estaba en el palacio, ¿dónde estaba?

Un texto babilónico conocido como “La crónica de Nabonido” nos dice que Babilonia fue tomada sin lucha el 16 de Tishri del año 17 y último del reinado de Nabonido. Esto puede equipararse con el 12 de octubre del año 539 a.C. En ese momento, según la misma crónica, Nabonido se encontraba frente a una división del ejército babilonio, peleando con Ciro y los persas en un paraje cercano a la ciudad llamada Opis, sobre el río Tigris. De esta manera, se comprueba que no se encontraba en Babilonia la noche de la caída.

Este hubiera sido un punto en que Daniel muy fácilmente hubiera podido cometer un error mencionado a Nabonido en la sala de banquetes esa noche, pero el escritor sabía que el rey presente era Belsasar, el joven corregente, así como sabía que no era Nabonido, el corregente mayor, ya que éste se encontraba en el campo de batalla con el ejército babilonio.

¿Cómo pudo haber tenido el escritor de este capítulo conocimientos tan exactos acerca de quién estaba en la ciudad y quién no? La respuesta es: porque esa noche él era un testigo ocular en el palacio. Si su conocimiento acerca de este hecho central fue tan exacto, creo que podemos confiar en su registro relacionado con la profecía de lo que sucedería esa misma noche.

Una profecía de duración intermedia: El surgimiento de Alejandro

La profecía de Daniel capítulo 8 comienza con una descripción de lo que lograría el reino medopersa, por medio del símbolo del carnero airado. Este carnero es identificado con Medo-Persia (Daniel 8:20). Lo sigue simbólicamente un macho cabrío que representa a Grecia (Daniel 8:2-8, 21). Este macho cabrío tiene un cuerno notable, como un unicornio que representa a su primer rey que inicia la guerra contra el carnero persa.

Históricamente sabemos que este “cuerno” es Alejandro Magno, que formó un ejército e invadió el Cercano Oriente derrotando a los persas y conquistando todo el territorio en una campaña relámpago que duró sólo tres años.

Algunos críticos han sostenido que esto no fue profecía, sino historia escrita con posterioridad, como si fuera profecía. Sin embargo, hay un relato interesante en los escritos de Josefo que indica que esta profecía ya era conocida en el siglo IV a.C., mucho antes del tiempo cuando, dicen los críticos, se escribió el libro (siglo II a.C.).

El relato habla de la campaña de Alejandro por la costa de Siria y Palestina. En camino a Egipto, decidió apartarse de la ruta principal hacia el sur e ir a Jerusalén. Cuando llegó a la ciudad, uno de los sacerdotes tomó el rollo de Daniel y le mostró el lugar donde se lo mencionaba en la profecía como el griego que derribaría el imperio persa. Impresionado por la referencia profética de sí mismo, Alejandro preguntó a los líderes judíos qué podía hacer por ellos. Éstos le pidieron que los libere de impuestos durante los años sabáticos cuando dejaban los campos en barbecho y no realizaban la cosecha. Se dice que Alejandro les otorgó lo solicitado. El pasaje de Josefo dice lo siguiente:

“Y cuando se le mostró el libro de Daniel, donde Daniel declaraba que uno de los griegos destruiría el imperio de los persas, supuso que él era la persona prevista; y al alegrarse entonces, despidió a la multitud por el momento, pero al día siguiente los llamó, y les mandó que pidieran los favores que de él quisiesen, a lo que el sumo sacerdote deseó que pudieran disfrutar de las leyes de sus antepasados, y pudieran estar eximidos de tributo los séptimos años. Alejandro les otorgó todo lo deseado, y cuando le solicitaron que permitiera a los judíos de Babilonia y Media disfrutar también de sus propias leyes, de buena gana prometió que de allí en más harían lo que desearan”.[2]

Si el relato de Josefo es exacto, entonces la profecía de Daniel 8, incluyendo el gran cuerno de Grecia que era Alejandro, ya existía en el siglo IV a.C. Esto no sólo brinda evidencias de la composición temprana del libro de Daniel, sino que también muestra de qué manera un elemento de esta profecía halló su cumplimiento y fue reconocido al hacerse realidad.

No es necesario decir que una vez más, los críticos de la naturaleza predictiva de Daniel rechazan el relato como no histórico. En el relato mismo, sin embargo, hay ciertas evidencias que testifican de la naturaleza histórica del encuentro de Alejandro y los sacerdotes en Jerusalén. Esa evidencia proviene de una referencia al año sabático en este contexto.

En fuentes extrabíblicas, se han hallado alrededor de una docena de referencias a años sabáticos. Estos textos e inscripciones dan los equivalentes de esos años sabáticos en términos de otros calendarios. Es así que puede completarse una tabla de años sabáticos. El año en que se produjo esta entrevista con Alejandro fue el 331 a.C. Según la tabla de los años sabáticos, 331 fue de hecho un año sabático. Ahora que Judea había sido tomada por el rey macedonio, los líderes judíos podían ver el problema que deberían enfrentar cuando tuvieran que rendirle tributos. No tendrían cosecha para pagarle los impuestos. De allí la urgencia de su pedido.

Este mínimo detalle, el pedido basado en el año sabático, es una prueba de que el episodio realmente sucedió, y de que la transición histórica que se produjo había sido en realidad profetizada por Daniel antes de que sucediera.[3]

Una profecía a largo plazo: El surgimiento y la caída de Roma

En Daniel capítulos 2 y 7 se presentan profecías paralelas acerca de cuatro imperios del Mediterráneo y el Cercano Oriente. Daniel 2 relata los eventos que se produjeron en torno a un sueño dado al rey Nabucodonosor que los sabios de Babilonia no pudieron describir o interpretar. Sin embargo, Daniel pudo describir con éxito el sueño e interpretarlo. Usando los símbolos de los cuatro metales que conformaban la impresionante estatua de Daniel 2, el profeta describió la sucesión de estos cuatro grandes imperios: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma.

A algunos no les agradan estas evidencias bien directas del conocimiento previo de Dios en la profecía, y se han opuesto a esta postura afirmando que el autor del libro de Daniel no vivió en el siglo VI a.C. cuando se dio la profecía. Según ellos, vivió en el siglo II a.C. y utilizó el seudónimo de Daniel para escribir acerca de los eventos que ya habían tenido lugar. De esta manera, sostienen los críticos, Daniel es en realidad historia escrita como si fuera profecía.

Puede evaluarse este argumento, sin embargo, para ver cuán bien concuerda con los datos. Si el autor de Daniel escribió en el siglo II a.C. y era sólo un historiador, no un verdadero profeta, ¿qué clase de predicciones podría haber hecho? Existen dos posibilidades. En primer lugar, podría haber dicho que el cuarto reino, Roma, que era más poderoso que todos los anteriores, permanecería para siempre. Esta era probablemente la postura más común respecto del futuro en el siglo II a.C., ya que Roma había llegado a ser preeminente. (Eso creía Flavio Josefo, el historiador judío del siglo I, cuando se ocupó de esta porción del libro de Daniel, ya que no menciona las divisiones o el reinado de la piedra que seguiría). Por otra parte, el escritor podría haber razonado que si se habían sucedido cuatro grandes reinos mundiales, podría haber un quinto, un sexto, un séptimo, y así sucesivamente. En otras palabras, la secuencia debería continuar. Después de Roma, otro gran poder mundial aparecería, y así sucesivamente.

Un historiador que escribiera en el siglo II a.C. sin contar con el conocimiento previo divino, habría tenido estas dos alternativas: o Roma permanecía para siempre o la seguirían otros grandes poderes mundiales.

El escritor del libro de Daniel no abrazó ninguna de estas dos posibilidades lógicas. Al rechazar la idea de que habría otros poderes mundiales, dijo que el cuarto poder sería quebrantado en partes y que esas partes continuarían y lucharían entre sí hasta que Dios estableciera su reino. Asimismo, rechazó la idea de que Roma continuaría para siempre; este cuarto reino sería quebrantado. De hecho, eso es lo que pasó cuando las invasiones bárbaras asolaron Roma en los siglos V y VI d.C.

¿Cómo fue que el autor de Daniel sabía, con varios siglos de anticipación, que Roma sería dividida en partes, que no permanecería para siempre ni sería reemplazada por otro gran reino mundial? ¿Cómo es que eligió la posibilidad menos probable para el futuro desde un punto de vista de la lógica humana? La respuesta es que no se apoyaba en la lógica humana, sino en el conocimiento previo que Dios le había dado.

Resumen

Hay muchas profecías en la Biblia, cuyos escritores dicen que se cumplieron, aunque los registros de estos cumplimientos se hallan solamente en la Biblia. En estos casos no existen evidencias externas que confirmen el cumplimiento. Sin embargo, en el caso de muchas profecías, las evidencias externas indican que se cumplieron. Las expuestas más arriba lo demuestran.

Las profecías bíblicas operan en varios niveles. Algunas fueron dirigidas a individuos, otras a pueblos o ciudades y algunas a reinos o naciones. Sucede lo mismo en términos de tiempo. Algunas profecías tenían que ver con circunstancias inmediatas, otras se ocupaban de los eventos en un futuro relativamente cercano y otras pueden ser clasificadas como predicciones a largo plazo, que abarcan siglos. Lo tratado en este artículo cubre estas tres posibilidades.

El factor común en todos estos casos es que existen evidencias externas que demuestran la exactitud de las predicciones, lo que brinda evidencias de que las profecías han sido escritas sobre una base que trasciende las conjeturas humanas. Dan testimonio de un Dios que brindó informaciones confidenciales a sus siervos, los profetas. Esta es una buena razón adicional para creer en la existencia del Dios de la Biblia.[4]


William H. Shea (M.D., Loma Linda University; Ph.D., University of Michigan)
Trabajó como médico misionero, profesor de teología y director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día.
Este ensayo está basado en un estudio más extenso publicado en The Big Argument: Does God Exist? editado por John Ashton y Michael Westacott (Master Books, 2005).
Su email: Shea56080@aol.com



1Publicado en la revista Diálogo Universitario, 19/1 (2007): 8-10.

[2]Josephus, Antiquities of the Jews, libro 11, capítulo 8, párrafos 337, 338.

[3]Se pueden consultar las tablas de los años sabáticos de los judíos en B. Z. Wacholder, “The Calendar of Sabbatical Cycles During the Second Temple and the Early Rabbinic Period” (El calendario de los ciclos sabáticos durante el período del segundo templo) Hebrew Union College Annual (1973), 153-196.

[4]Lecturas adicionales:

Por textos relacionados con Belsasar y una síntesis de ellos, véase R. P. Dougherty, Nabonidus and Belshazzar (New Haven, Connecticut: Yale University Press, 1929).

Por una colección muy útil de textos cuneiformes traducidos, especialmente fuentes babilónicas relacionadas con los temas de este artículo, véase J. B. Pritchard, ed., Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament (Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1955).

Por una revisión útil de la historia babilónica, véase H. W. F. Saggs, The Greatness That Was Babylon (Nueva York: Hawthorn Books, 1962).

Por la historia de la interpretación de los cuatro reinos en las profecías de Daniel a través de la historia y la presencia de Alejandro Magno en Daniel 8, véase L. E. Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers, vols. I-IV (Washington, D.C.: Review and Herald Publ. Assn., 1950-1954).
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