En la tumba no hay esperanza, excepto para quienes durmieron en Jesús.
Con gastos que alcanzaron los 6.900 millones de dólares solo durante 2013, la sociedad estadounidense celebró la tradicional fiesta de Halloween. Una tradición que, al decir de los historiadores, se remonta a las antiguas costumbres celtas conectadas con las cosechas al final de su calendario. Esta celebración marcaba el final del verano y el inicio del invierno. Se creía que en esa ocasión regresaban los espíritus de los muertos para dañar las cosechas y hacerles bromas a los vivos. Con el fin de evitar su cercanía, se encendían fogatas enormes por todas las ciudades, y quienes temían el retorno de los fallecidos se disfrazaban con pieles de animales para evitar ser reconocidos por los espíritus.
A medida que avanzaba la cristianización del Imperio Romano, los celtas amalgamaron sus celebraciones a los espíritus con las fiestas de Feralia y Pomona, celebradas al final de octubre y dedicadas a los muertos, a las frutas y a los árboles. Se dice que para 800 d.C., el Papa Bonifacio IV reemplazó las celebraciones a Samhain, dios celta de los muertos, con el Día de todos los santos. Años después, las migraciones irlandesas e inglesas trajeron la celebración a América del Norte.
Hoy en día, con disfraces variados, adultos y niños salen a la calle el 31 de octubre por la noche para visitar su vecindario solicitando dulces y caramelos, y repitiendo la tradicional frase de “trick or treat”.
¿Una fiesta inocente?
Detrás de Halloween hay una milenaria tradición, común a muchas culturas, de honrar y recordar a los muertos. Desde Asia, el Caribe, América del Sur, África y Europa, los pueblos abrazan la creencia de que en algún momento del año los espíritus de los difuntos regresan a su pueblo, a su casa o al cementerio. Los rituales van desde ceremonias con reverente respeto, y comidas especiales, hasta fiestas familiares en las que replican campanas, abunda el incienso y no faltan la banda musical, el grupo norteño, o el mariachi tradicional mexicano que ameniza el reencuentro de los vivos con los difuntos.
De acuerdo a un sitio de Internet1, el día de los muertos en América Latina tiene sus orígenes en la conquista española. Según este informe, los conquistadores del siglo XVI, aterrados por las costumbres indígenas, reemplazaron sus prácticas paganas con las festividades católicas del Día de todos los santos, que se celebran el 1° y 2 de noviembre. Se cree que en estos días regresan las almas de niños y adultos muertos. Esta celebración, que mezcla la tradición indígena con la católica está tan arraigada en México que el 7 de noviembre de 2003, en París, Francia, la UNESCO la declaró Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.2
¿Qué dice la Biblia?
El culto a los muertos no tiene su origen ni en los celtas ni aztecas ni mayas ni purépechas ni nahuas ni totonacas. Tiene su origen en lo que se le ha llamado la primera mentira de Satanás. De acuerdo la Escritura, Adán y Eva recibieron instrucciones específicas de Dios respecto a los resultados de tocar el árbol de la ciencia del bien y del mal. Dios les dijo: “No comeréis de él, ni le tocareis, para que no muráis” (Génesis 3:3). En abierta oposición a la declaración divina, Satanás introdujo en la cultura de los pueblos aquella primera mentira que profiriera en el Edén: “No moriréis” (vers. 4). A partir de entonces, de generación en generación, se ha transmitido la idea falsa de que cuando una persona muere su espíritu puede ir a un lugar de felicidad, de tormento o de incertidumbre.
La Santa Biblia declara que cuando una persona muere, descansa, ya no vive. Cuando el cuerpo exhala su último suspiro, el cuerpo y la mente mueren, y el entendimiento se anula. Note la siguiente declaración: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:10).
Hay una contradicción que, aunque evidente, pareciera estar oculta para la mayoría de los cristianos en la práctica de su fe. El credo apostólico dice: “Creo que […] desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”.3 Si en su venida Cristo viene a juzgar, ¿por qué se enseña que cuando las personas mueren inmediatamente reciben el castigo o la recompensa? La Biblia dice que las personas fallecidas están descansando haste el juicio de Dios en el momento del prometido regreso de Jesús a la tierra. Aun más, ¿por qué se dice que podemos hacer algo por aquellos que mueren para revertir el castigo que merecen? El apóstol Pablo declaró: “He aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2). Mañana puede ser demasiado tarde. En la tumba no hay esperanza, excepto para quienes durmieron en Jesús. Dice el mismo apóstol que a la final trompeta, ellos habrán de resucitar (ver 1 Corintios 15:52).
Si descansamos antes de su venida, un día la gracia divina nos traerá a la vida si hoy recibimos a Jesús, y pondrá en nuestros brazos a nuestros amados que murieron en Cristo. El profeta escribió: “Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán” (Isaías 26:19). Aguardemos ese glorioso día cultivando la fe en nuestro Redentor Jesús, y amando en vida a quienes hoy están a nuestro lado. Esa será la mejor manera de honrarlos cuando ya no estén.
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