En 1621, los colonos europeos establecidos en Plymouth, Massachussets, dieron gracias a Dios por haberles preservado la vida luego de un año en el que murió casi la mitad del grupo. Su preservación fue producto de la gracia divina, pues Dios movió el corazón de los nativos para que socorrieran a esos cristianos en extrema necesidad. Así, la gracia divina y la gratitud humana se encontraron en aquellos parajes, y estos gloriosos principios contribuyeron a gestar una nación que llegaría ser el asombro del mundo.
La gracia es el gran regalo de Dios al hombre. Interviene en todo el proceso de la salvación. Provee al Salvador, quien compra a los hombres con el precio de su sangre y los lleva a casa para que nunca más sean vendidos. Esto significa la palabra redención. Era lo que se hacía en el mercado de esclavos en tiempos antiguos.
Por pura gracia divina, sin méritos propios, el hombre, esclavo de Satanás, es liberado por Cristo de la condenación y del poder del pecado, y en la resurrección de los justos, también por obra de Cristo, será liberado de la presencia del pecado en su carne. Así de valiosa es la gracia, ese favor inmerecido que se puso en acción cuando el hombre cayó.
La gracia que salva del pecado
Nada es peor que el pecado. Aun la muerte, con toda su carga de misterio y el peso de la aniquilación, no es peor que el pecado. La muerte es el síntoma, el pecado la causa. El pecado degrada, embrutece, invierte los valores, llama bueno a lo malo y malo a lo bueno. Estimula el exceso del bien para tornarlo en mal. El pecado nos aisla de Dios.
Solo Cristo salva del pecado. El nombre “Jesús” significa “Dios salva”. Durante 33 años y medio Jesús lidió con el pecado. Desafió a sus adversarios: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (S. Juan 8:46). Y dijo al fin de su ministerio: “Yo he vencido al mundo” (S. Juan 16:33). “Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).
Por gracia, Jesús nos acredita su justicia.
La gracia que salva del diablo
Desde que pecó, el hombre ha sido el hazmerreír del diablo. Juguete y marioneta de los antojos diabólicos, durante seis milenios el hombre se ha degradado física mental y espiritualmente. Pero un día se manifestó la gracia. Cristo vino al mundo y los demonios temblaron. Y se pusieron en acción. Lo asediaron del lecho de paja al lecho de piedra. Pero al fin de su ministerio terrenal Cristo aseguró: “Yo veía a Satanás caer… como un rayo” (S. Lucas 10:18).
Por gracia, Jesús nos protege del diablo.
La gracia que salva de la muerte
Los hombres siempre hemos sido pocos a causa de la muerte. Una generación se levanta cuando la anterior ya se despeña hacia el sepulcro. En larga fila vamos los hombres en doliente procesión hacia nuestra prisión de tierra y piedra, al reino del silencio, al yermo del olvido. Aun los piadosos le han pagado tributo al cementerio.
La resurrección de Cristo. Un viernes de Pascua, la muerte logró apresar a la Vida. Jesús fue asesinado y sepultado. Bajo toneladas de roca, el cristianismo parecía muerto. ¿Qué se le puede pedir a un cadáver? Nada. Pero sí al cadáver de Jesús, pues él es la Vida, y la Vida es la muerte de la muerte. Él había dicho: “Pongo mi vida, para volverla a tomar” (S. Juan 10:17). Solo el cristianismo se aplicó a sí misma la prueba de la muerte. Siendo prácticos, debemos preguntarnos: ¿De qué sirve una religión si no puede vencer la muerte? “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Corintios 15:19), escribió San Pablo.
Pero al despuntar el tercer día, “sobre la tumba abierta de José, Cristo [proclamó] triunfante: ‘Yo soy la resurrección y la vida’. Únicamente la Divinidad podía proclamar estas palabras… En su divinidad Cristo poseía el poder de quebrantar las ligaduras de la muerte”.*
Jamás sepulcro alguno se ha abierto por dentro. El único cadáver que llevó consigo la llave, fue el cadáver de Jesús.** Desde entonces, el diablo, el pecado y la muerte perdieron su poder sobre el hombre. Todo el que anhele libertad de su opresión debe entregarse a Jesucristo, quien afirma: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (S. Juan 11:25), y dice en son de triunfo: “Tengo las llaves de la muerte y del Hades [sepulcro]” (Apocalipsis 1:18).
La resurrección de Jesús fue la victoria de su justicia y del sistema judicial del universo, porque quien no peca no debe ser sujeto de muerte.
Nuestra esperanza de resurrección. La resurrección de Jesús es también la victoria de la gracia, porque sus beneficios se extienden a los creyentes. Cristo no murió por pecados propios, él murió “por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3). Por gracia él fue a la muerte, y por gracia nos concede el retorno a la vida. “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (vers. 19-22), escribió San Pablo.
Por gracia, usted resucitará si muere amando, creyendo y obedeciendo a Cristo. Por gracia, usted verá a sus amados que murieron con esa fe, salir triunfantes del sepulcro, rebosantes de gozo. Dios le promete: “Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán”. Muy pronto, esos cadáveres oirán la orden del Redentor: “¡Despertad y cantad, moradores del polvo!... y la tierra dará sus muertos” (Isaías 26:19).
* foroadventista.org.
** Alfredo Campechano, Las siete palabras, p. 60.
por Omar Grieve
Fuente: elCentinela
No hay comentarios:
Publicar un comentario