domingo, 21 de noviembre de 2010

LA IMAGEN DE ORO DE DANIEL 3: UN SIMIL MINÚSCULO DE LA IMAGEN DE LA BESTIA DE APOCALIPSIS 13

El tema de la adoración es parte notable en el desarrollo de las Sagradas Escrituras desde el Génesis mosaico hasta el Apocalipsis juanino. La primera batalla en este mundo giró en torno de la cuestión de la adoración (Gn. 4:4-8 cf. 1Jn. 3:12); la última también lo será (Ap. 14:9-12). El libro de Daniel, no es ajeno a esta peculiaridad bíblica.

Los primeros versos del libro de Daniel muestran este conflicto con claridad, “vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió […] y parte de los utensilios de la casa de Dios. Los llevó a la tierra de Sinar, a la casa de su dios y los guardó en la casa del tesoro de su dios” (Dn.1:1,2), constituyéndose así como un símil del Gran Conflicto a través de toda la historia, en donde Babilonia (Bábel) “confusión”, ataca al pueblo de Dios, Jerusalén (Yerûshâlayim) “fundada en paz”.[1] El hecho de que los jóvenes hebreos se vean en la necesidad de discriminar los alimentos (Dn. 1:8) muestra también un asunto de adoración (cf. 1 Co. 6:19). Según José Luís Santa Cruz, el libro de Daniel es un libro marcado sobre la adoración en el marco del Gran Conflicto,[2] pues es uno de sus principales tópicos.[3]

No obstante, Daniel 3 de manera especial, presenta un cuadro interesante que no debe ser pasado por alto, pues registra el tema de la adoración en la actitud de los tres jóvenes hebreos: Sadrac, Mesac y Abegnego, ante el pregón amenazador para que adoren a la “imagen” de oro.[4] Este incidente hace real el conflicto entre la verdadera adoración desafiada por Babilonia al confrontarlo con la “imagen de la bestia” de Apocalipsis 13, esto a nivel escatológico.

Sin duda, este capítulo está cargado de lecciones claras de la valentía de fieles adoradores en contraposición a la necedad de un hombre ególatra y la idolatría de sus “seguidores”.



La imagen de oro

Una fecha posible para este evento sería el 594 a.C., cuando Sedecías, como rey de Judá, fue llamado a presentarse en Babilonia (Jer. 51:59), muy probablemente a la dedicación de la estatua de oro.[5]

Nabucodonosor había comprendido que su reino tendría fin, ese fue el sueño que Dios le concedió y le explicó a través del brillante príncipe de Israel (Dn. 2), no obstante, por el orgullo natural humano, a causa de la prosperidad de su reino, decidió cambiar la historia, es por ello que Daniel 3 registra la “imagen de oro” ocasionado por sus propios deseos.[6]

La palabra tselem “imagen” en Daniel 3 es la misma utilizada en el capítulo 2, por lo que se hace evidente la actitud rebelde en contra de los designios de Dios, pues si en el sueño del capítulo 2 su reino (oro) se limitaba a la cabeza de la tselem “imagen, ahora en sus planes y deseos, en la historia que pretendía emprender, su reino (oro) era completo, eterno y duradero, el oro abarca la cabeza, y todo el cuerpo, desde la cabeza a los pies. De principio a fin.

Jacques B. Doukhan menciona que la estatura de oro con medidas de 60 codos por 6, simplemente era la imagen misma de Nabucodonosor. La altura extrema encuentra eco en la arrogancia de un rey que busca impresionar al que recién llega, no obstante, el número 60 en el simbolismo numérico babilónico representa la noción de unidad, Nabucodonosor procura hacer cumplir su voluntad uniendo su reino y la religión.[7]

Claramente podemos inferir que Nabucodonosor estaba ansioso, sino empecinado en que su reino se convierta en un reino eterno. Ello sería posible si se logra la unidad política y religiosa en babilonia. De manera interesante logra juntar estos polos a través de la imagen de oro.

La Biblia señala en expreso que el rey “llamó a los sátrapas, magistrados capitanes oidores, tesoreros, consejeros, presidentes y a todos los oficiales de las provincias para que viniesen a la dedicación de la estatua que había levantado” (Dn. 3:2), en esa reunión y ceremonia de dedicación de la imagen de oro, el pregonero anunció: “Se manda a vosotros, pueblos, naciones y lenguas, que al oir el son de la bocina, la flauta, el tamboril, el arpa, el salterio, la zampoña y todo instrumento músico, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor levantó. El que no se postre y lo adore, en el acto será echado dentro de un horno ardiendo” (Dn. 3:4-6).

Observamos dos asuntos, por un lado está la convocatoria del estado a los líderes políticos y militares a formar parte activa en asuntos religiosos, por otro lado una amenaza terrible a todo aquél que hace caso omiso al edicto. No obstante, es aquí, en el meollo del asunto donde la fe de los verdaderos adoradores de Dios, se ve probada en fuego extremo.


La adoración a sí mismo: Nabucodonosor, el ególatra

La egolatría es la adoración de sí mismo. El primer ególatra fue Lucifer, a causa de su belleza, de su perfección y privilegios en el cielo, se envaneció y deseó ser igual a Dios, quiso ser adorado como Dios, quiso sentarse en el trono de Dios (Ez. 28:17 cf. Is. 14:13,14). Nabucodonosor, había reconocido al Dios de Daniel como “Dios de dioses, Señor de los reyes” (Dn. 2:47). Pero fue más la necedad del hombre que haciendo caso omiso a la revelación que le había sido dada: “Después de ti se levantará otro reino” (2:39).[8]

Del mismo modo, fue el orgullo lo que llevó al querubín protector a desatar un Gran Conflicto. El único que se merece la adoración es Dios, nadie más. La egolatría es contraria a la enseñanza bíblica.

En la actualidad, con el apogeo del postmodernismo, con el afán de forjar una autoestima saludable, se ha caído en terreno fangoso al sobrevalorar el poder humano, con la enseñanza, “tú puedes, tú tienes el poder, etc.” La superación personal resulta buena e interesante, pero lejos de Dios es simplemente una doctrina diabólica.


La adoración a imágenes: Los siervos idólatras de Nabucodonosor

A lo largo de la Biblia, desde el Génesis al Apocalipsis, existen numerosos pasajes en las que hombres adoran a ídolos e imágenes hechos de diversos materiales, sin embargo en su gran mayoría no pertenecían al pueblo escogido por Dios. La idolatría se practicó desde muy temprano en la historia. Los antepasados inmediatos de Abrahán “servían a dioses extraños” (Jos. 24:2). Los patriarcas se dedicaron a la adoración monoteísta de Jehová, pero miembros de sus familias fueron influidos a veces por la idolatría (Gn. 31:30, 32-35; 35:1-4). El paganismo cananeo era popular por causa de sus bajas normas éticas en contraste con las elevadas de la religión hebrea, y la religión más exigente a menudo era abandonada por la adoración más fácil de Baal.

El problema de la idolatría era tan grave en la antigüedad que los primeros 2 mandamientos del Decálogo se ocupan en forma muy definida de esta fase de la vida religiosa (Ex. 20:3-6). El segundo mandamiento expresa con claridad: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni debajo del agua. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás. Porque el Señor tu Dios soy Yo, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, hasta la tercera y la cuarta generación, a los que me aborrecen” (Ex. 20:4-6).

Satanás siempre buscó desviar a hombres y mujeres de la verdadera adoración, que es “en espíritu y en verdad” (Jn. 4:24). Todo lo que no es del agrado de Dios es del agrado de Satanás. Y si se adora y venera a estatuas e imágenes de preferencias propias, se está desobedeciendo a lo que Dios en su Palabra ha hablado (Ex. 20:4-6) y por ende se está obedeciendo a Satanás.

Daniel 3 presenta a los adoradores de la imagen de oro en cumplimiento del mandato humano. Se evidencia un contraste marcado entre los siervos de Dios, y los siervos de un hombre que se creía dios. Los primeros, son encontrados como fieles a prueba de fuego y los segundos como adoradores de una imagen por temor al “fuego” o por puro gusto probablemente.

Los adoradores idólatras, están pendientes del proceder de los fieles adoradores de Dios. Pero no para seguir sus caminos sino para acusarlos, haciendo la labor de Satanás, el acusador (Zac. 3:1,2), y anhelando que sean juzgados con la pena más dura (Dn.3:8-12), ignorando que serán ellos los que finalmente experimentarán “el fuego voraz” (cf. Dn. 3:22).

Un cuadro marcado de la idolatría en extremo. Por temor a una amenaza ardiente “todos”, ricos y pobres, políticos y militares, extranjeros y oriundos, absolutamente todos son llamados a adorar a la imagen de oro. No obstante, los adoradores falsos, los idólatras tendrán su paga.

En últimas, Dios condena en su Palabra ese tipo de adoración y culto, tanto así que les promete el fuego eterno en el día final “los idólatras […] tendrán su parte en el lago que arde conde fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apo. 21:8). No hay duda la adoración a imágenes es un asunto abominable a los ojos de Dios.


Los adoradores de YHWH: Verdaderos adoradores

En consecuencia en Daniel 3, la “adoración al verdadero Dios es contrastada agudamente contra la idolatría”.[9] Se ve un conflicto marcado entre la verdadera y falsa adoración, la adoración de Sadrac, Mesac y Abegnego en contraposición a la adoración idólatra de todos los que se postraron y adoraron a la imagen de oro.

Los adoradores verdaderos de Dios, no la tienen fácil. Corren el riesgo de morir por su resistencia al mandato de un hombre. Pero no lo hacen por locos o dementes, lo hace por fe, pues creen que Dios los librará, y si no lo hace, igual ellos están dispuestos a no claudicar.

A lo largo de la historia, los verdaderos adoradores se veían amenazados por adorar como Dios quería, esto es evidente en el caso de Caín y Abel. No obstante, el adorador al agrado de Dios estás dispuesto si es posible a sufrir y ser vituperado con tal de hacer la voluntad su Dios.


La imagen de Daniel 3: un símil minúsculo de la imagen de la bestia de Apocalipsis 13

Así en este contexto, la imagen de oro para muchos intérpretes se relaciona con Apocalipsis 13, pues existe una correspondencia esencial con la historia de los tres jóvenes en Babilonia. Así como el levantamiento de la imagen de oro fue precedida de un decreto legislativo para adorar a la imagen bajo una amenaza a todo aquél que se rehúsa, así también se repetirá según Apocalipsis 13 en una escala universal en el tiempo del fin: “Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la primera bestia, para que la imagen pudiera hablar y dar muerte a todo el que no adore a la imagen de la bestia” (Ap. 13:15). ¡Es importante reconocer la tipología esencial entre Daniel 3 y Apocalipsis 13![10]

De esta manera la imagen de oro, representa un símil en relación a la imagen de la bestia, y por sus medidas conjugadas con el número “seis” hacen vislumbrar sencillamente que se trata del “anticristo babilónico”, que obliga al mundo a adorar a la bestia y a su imagen (Ap.13:11-18).[11]

Se observa un marcado paralelismo en todo el capítulo 3 de Daniel con Apocalipsis 14: 9-12, no obstante el siguiente verso es más que suficiente:

Se manda a vosotros, pueblos, naciones y lenguas, que al oir el son de la bocina, la flauta, el tamboril, el arpa, el salterio, la zampoña y todo instrumento músico, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor levantó. El que no se postre y lo adore, en el acto será echado dentro de un horno ardiendo” (Dn. 3:4-6).

Apocalipsis menciona “. Y ordenaba que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente. Y que ninguno pueda comprar ni vender sino el que tenga la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre” (Ap. 13:15-17). Juan continúa diciendo “Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe su marca en su frente o en su mano, éste también beberá del vino de la ira de Dios, vaciado puro en la copa de su ira. Y será atormentado con fuego y azufre ante los santos ángeles y ante el Cordero” (Ap. 14:9,10).

La profecía bíblica señala con claridad que en los tiempos finales de la historia, se levantará una imagen para lograr como Nabucodonosor la unidad religiosa, una sola religión. Para ello el poder religioso y político-milita, será más que necesario (Iglesia Católica Apostólica y Romana y Los Estados Unidos de Norteamérica). La ley dominical será la señal visible de su unión, el decreto de muerte contra todos los que rehúsen adorar a la bestia y a su imagen.

Para que la imagen de la bestia se forme, el papado y EE.UU. deben ser referentes en sus ámbitos, el primero como “la autoridad moral excluyente”[12]o en lo religioso y el segundo constituirse como la única súper potencia mundial prominente[13] en lo político y militar. Elena G. de White destaca, “Cuando las iglesias principales de los Estados Unidos, uniéndose en puntos de comunes de doctrina, influyan sobre el Estado para que imponga los decretos y las instituciones de ellas, entonces la América protestante habrá formado una imagen de la Jerarquía Romana, y la inflicción de penas civiles contra los disidentes vendrá de por sí sola”.[14]

Por lo tanto, revisar y analizar la “imagen de oro” en Daniel 3 es de suma importancia pues nos muestra el proceso de cómo será la institución de la “imagen de la bestia” en el tiempo del fin.

Conclusiones

Primero, la fidelidad de los tres amigos de Daniel puesta a prueba, debe ser ejemplo para todo cristiano en todo tiempo, demostrando así que es menester a Dios antes que a los hombres (Hch.5:29). Segundo, la promesa de Dios de estar con nosotros siempre (Jos.1:9 cf. Mt. 28:20) se hace evidente en el desarrollo del relato. Pero no solo está con nosotros, sino que interviene de manera extraordinaria, en el relato, la liberación en cruda situación. Tercero, el fuego es para los que han adorado, adoran y adorarán a la imagen o la imagen de la bestia (Ap.14:10,11). Este es realmente un símil claro de lo que acontecerá el final del tiempo. Finalmente, este capítulo proclama a un Dios que se merece la adoración, porque salva a sus hijos fieles.

En últimas, toda adoración es recompensada, la adoración de los jóvenes hebreos fue recompensada. Fueron librados del fuego consumidor, rescatados por Cristo (Dn. 3:25) y engrandecidos (Dn.3:30).

Por

Pr. Heyssen J. Cordero Maraví



Referencias bibliográficas:

[1] Merling Alomía, Daniel: “el varón muy amado de Dios” (Lima: Theologika, 2004), 1:190.

[2] José Luís Santa Cruz, “El conflicto entre la falsa y verdadera adoración en el libro de Daniel y su relevancia escatológica” (Tesis Doctoral en Teología, Universidad Peruana Unión, Ñaña, Lima, 2003), 42.

[3] Desmod Ford, Daniel (Nashville, TN.: Southern Publishing House, 1978), 76.

[4] Daniel Oscar Plenc, El culto que agrada a Dios (Buenos Aires: ACES, 2007), 131.

[5] Gerhard Pfandl, “Daniel”, Lecciones para la Escuela Sabática (Buenos Aires: ACES, 2004), 30.

[6] Jacques B. Doukhan, Secretos de Daniel. Sabiduría y sueños de un príncipe hebreo en el exilio (Buenos Aires: ACES, 2007), 44.

[7] Ibid., 46.

[8] Ángel Manuel Rodríguez, Fulgores de Gloria (Buenos Aires: ACES, 2001), 124.

[9] Merling Alomía, Daniel el profeta mesiánico (Lima: Theologika, 2007), 2:83.

[10] Hans LaRondelle, Las profecías del fin (Buenos Aires: 2000), 313.

[11] Merling Alomía, Daniel el profeta mesiánico, 2:85.

[12] Marcos Blanco, “La imagen de la bestia”, Revista Adventista (abril 2005): 17.

[13] Ibid.

[14] Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Buenos Aires: ACES, 1975), 498.

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