Buscar el origen del sábado fuera de las
Escrituras ha demostrado ser
inútil. Esa búsqueda comenzó en el siglo diecinueve cuando los descubrimientos
arqueológicos de textos babilónicos incentivaron la búsqueda de los orígenes
del sábado en esa ubicación geográfica y en ese tiempo. Otros procuraron
encontrar sus orígenes en textos ugaríticos de Siria, de los madianitas
en Sinaí, y en otras partes. El consenso acerca de la búsqueda del origen del
sábado es que no hay consenso.[1] Parece ser único como una institución bíblica
originada en la creación y reafirmada en el Sinaí.
El sábado actúa como una
señal del pacto que Dios hizo con su
pueblo (Éxo. 31:17). La
celebración sabática proporciona un palacio especial en el tiempo para la
comunicación y la comunión con Dios, y en su estela, trae regeneración física, mental
y espiritual.[2] También proporciona libertad y liberación del trabajo, de la
competencia, y de las tensiones de la existencia diaria. En resumen, trae
descanso y renovación.
Quienes guardan el sábado reconocen a Dios como
su Señor del pacto, el Señor de sus vidas. Reconocen a Dios como su Redentor y
Santificador. Mediante ese reconocimiento, renuncian a cualquier pretensión de
que guardar el sábado es una manera de ganar vida. Sin embargo, la obediencia
indica que guardar la ley por el poder habilitante de Dios es la manera
adecuada de vivir para cada verdadero hijo e hija de Dios.
El sábado es una señal del
pacto con tres dimensiones en el tiempo. Tiene importancia para el aquí y
ahora; reflexiona sobre el pasado; y alcanza al futuro. Reflexiona en que fue
instituido en la creación y es un monumento a la creación divina del mundo,
Dice algo significativo relacionado con la actividad de Dios en el presente,
confirmando como señal del pacto en las vidas de quienes reconocen a Dios como
su Señor y han aceptado su señorío y su redención y que viven como lo hacen por
el poder de Dios. Entonces el sábado alcanza al futuro definitivo, al encontrar
su cumplimiento concreto en el plan de salvación, cuando se experimentará la
libertad total e ilimitada y la redención final.
Las cualidades redentoras y santificadoras
maravillosas inherentes al sábado nos dirigen desde la creación “buena en gran manera” de Dios (Gén.
1:31), en el principio, a un futuro más glorioso de comunión sin obstáculos con
el Padre y el Señor Jesucristo y el acceso ilimitado a ellos. El sábado une la
creación (Gén. 2:2, 3) con la nueva creación (Isa. 66:23). Es un eslabón que
señala al futuro como una garantía de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde
los redimidos gozarán un compañerismo no interrumpido y cara a cara con Dios
para siempre.
EL ORIGEN DEL SÁBADO
Leemos en ambos Testamentos que el sábado tiene
su origen en la creación del mundo. Esta verdad es afirmada en el Antiguo
Testamento en Génesis 2:2, 3 (NVI): “Al llegar el séptimo día, Dios des- cansó
porque había terminado la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo
día, y lo santificó, porque en ese día descansó de toda su obra creadora”. El
Nuevo Testamento reafirma en las palabras de Jesús y de los apóstoles el hecho de
que el sábado, el séptimo día, tuvo su origen ene1 Edén (Mar. 2:27; Heb.
4:1-11).
Tanto los observadores del sábado como quienes
no lo guardan han reconocido que el séptimo día mencionado en Génesis 2:2 y 3
es el sábado. Noten un ejemplo contemporáneo: “La palabra ‘sábado’ no se emplea
[en Génesis 2:2, 3]; pero es seguro que el autor [del Génesis] tuvo la
intención de afirmar que Dios bendijo y santificó el séptimo día como el
sábado” [3]
Dios “descansó” el sábado, ¿Tenía Dios necesidad de descanso físico?
¿Estaba Dios agotado después de su obra creadora durante la semana de la
creación? ¿Cuál fue el propósito real al descansar el séptimo día de la semana
de la creación? Sería ridículo sugerir que Dios se había cansado, porque Dios
no se cansa nunca, de acuerdo con la Biblia. Así, el propósito de Dios para
descansar el sábado no pudo haber sido que él necesitaba reposo físico.
Sería bíblico sugerir que Dios descansó el
séptimo día para proporcionar un ejemplo divino para los hombres. Debemos
recordar que el séptimo día de la semana de la creación fue el primer día
completo de la vida de Adán y Eva.Dios se tomó el
tiempo en ese primer día de su vida para tener compañerismo y comunión con
ellos al proveerles un día de reposo, una rutina que había de seguirse de allí
en adelante en cada séptimo día del ciclo de siete días.
El modelo que Dios estableció para los seres
humanos al ser nuestro Ejemplo en el reposo indica que nosotros también debemos
trabajar durante seis días y luego descansar el séptimo, el sábado, El sábado
llega a ser un punto culminante de cada semana, diseñado para llamarnos a dejar
nuestras actividades regulares de sustento, protección y de cuidado de nosotros
mismos y de nuestros semejantes, y comunicarnos en una forma especial con el Creador,
quien también es nuestro Salvador.
Otra idea importante expresada en Génesis 2:2 y
3 es que Dios “santificó” o “hizo santo” el séptimo día. ¿Cuál es la idea que
comunica el hecho de hacer santo el sábado? ¿Es para proporcionar un día con la
calidad mágica de santidad, presente sólo en ese día específico? El significado
básico de “hacer santo” o “santificar” sugiere que el término, como se usa
aquí, describe un acto de Dios al poner aparte ese día de todos los demás días,
con el propósito de la presencia santificadora del Creador.
La santidad con que está saturado el sábado
tiene la connotación de la manifestación especial de la presencia de Dios en
ese día específico. La santidad del sábado y la santidad del pueblo de Dios
están interrelacionadas de una manera u otra. El propósito de Dios cuando pidió
a su pueblo: “Guardaréis mis sábados”, es que “yo soy Jehová que os santifico”
(Éxo, 31:13), La santidad de Dios, la santidad del hombre, y la santidad del
sábado deben estar juntas.
También se afirma que Dios “bendijo” el sábado,
La idea de bendecir en las Escrituras es sumamente rica. En el Antiguo
Testamento la palabra para bendecir generalmente indica un otorgamiento de
algún bien material (Deut. 11:26; 28:1-14; Prov. 10:22; 28:20). Pero también se
usa en otras situaciones. Por ejemplo, encontramos expresiones como “bendito
sea... Israel mi heredad” (Isa. 19:25). Rara vez encontramos que en el Antiguo
Testamento Dios bendiga cosas: una vez se registra que Dios bendijo los campos
(Gén. 27:27), y una vez que bendijo los animales (Gén. 1:22).
Sólo en Génesis 2:3 y en Éxodo 20:11 se declara
que Dios bendijo el sábado. Probablemente esto significa que mediante el
sábado, Dios trasmite la bendición divina a la persona que guarda el sábado y
que de ese modo se une a Dios en una relación de pacto. Esta implicación
parecería asegurar a cualquiera que entra en el compañerismo y la comunión con
Dios por la observancia del sábado, de que esa persona será bendecida con una
vida plena en las esferas física, mental y espiritual.
EL SÁBADO Y EL MANÁ
Es interesante notar que la historia familiar
del don del maná a Israel, como está registrada en Éxodo 15, es el marco en el
cual Dios enseña a los israelitas, antes del Sinaí, la importancia de guardar
el sábado. La forma incidental en la que se introduce el sábado en Éxodo 16 y
el énfasis que Dios pone sobre él para probar “si anda en mi ley, o no” (Éxo.
16:4) implica que el sábado ya era conocido previamente. Esto es lo que afirma
G. H. Waterman: “De hecho, al igualar el sábado con el séptimo día, la declaración
de que Dios les dio el sábado a los israelitas, y el registro de que el pueblo,
por orden de Dios, descansó en el séptimo día, todo señala inequívocamente a
una temprana institución del sábado”.[4]
Dios eligió el don milagroso del maná (Éxo. 16:4-30)
como la ocasión para enseñar acerca del don mayor y perpetuo del sábado. El don
del maná sirvió para identificar el sábado y enfatizar su carácter santo por lo
menos de tres maneras: Primera, una porción de maná caía regularmente cada día,
pero el sexto día se proveía una porción doble. Segunda, el sábado no caía
maná. Tercera, la porción que se guardaba del sexto al séptimo día se mantenía
sin dañarse, mientras que en cualquier otro día se echaba a perder.
EL SÁBADO Y EL MANDAMIENTO
En un sentido real los Diez Mandamientos constituyen el
corazón de los cinco libros de Moisés, si no de toda la Biblia. Ellos
proporcionan el fundamento divino para la vida, definen la relación con sus
semejantes y con Dios. El contexto amplio de la entrega de los Diez Mandamientos
en Éxodo 20, es el pacto que hizo Dios con su pueblo. En este sentido, el
Decálogo provee la base legal para la relación del pacto. Pero esta
interrelación debe ser comprendida en su verdadero sentido.
Puede ser ventajoso comprender el aspecto legal
de la relación del pacto en un sentido similar al de un certificado de
casamiento en un contrato de matrimonio. Un matrimonio no puede ser legalizado
por un certificado de casamiento, pero llega a ser una relación marital
verdadera sólo cuando los términos legales del contrato se expresan con amor,
al participar ambas personas de su vida juntas. De este modo el Decálogo como
ley, es legalmente obligatorio, aunque no en un sentido restrictivo. Sus
términos representan el amor de Dios por los seres humanos y representan la
naturaleza y el carácter de Dios.
Los Diez Mandamientos demandaban, a su vez, una respuesta de amor de Israel. (ver Deut. 6 :4, 5). Se ha afirmado con profunda percepción que los Diez Mandamientos “representaban el amor de Dios en esas órdenes, tanto negativas y positivas, y que conducían no a una restricción de la vida, sino a una vida plena. Demandaban una respuesta de amor, no porque la obediencia de algún modo acumularía créditos a la vista de Dios, sino por causa de la gracia de Dios, experimentada ya en la liberación de Egipto y en la iniciativa divina de la promesa del pacto, reclamaban esa respuesta agradecida del hombre”.
Concentraremos nuestra atención en el cuarto
mandamiento. “Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás, y
harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas
en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni
tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días
hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay,
y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo santificó”
(Éxo. 20:8-11).
Este mandamiento es el más largo de los diez, y
se encuentra en el centro del Decálogo. En él Dios da un mandato positivo:
“Seis días trabajarás, y harás toda tu obra” (y. 9). Este mandato positivo
encuentra su análogo en el mandato negativo del versículo 10, donde Dios afirma
en forma claramente: “no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija,
ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de
tus puertas”.
Tenemos, entonces, dos mandatos aquí, uno que
declara que la gente trabajará seis días, y el otro que no trabajarán ni harán
ninguna obra el séptimo día, En forma similar, en este mandamiento encontramos
dos motivaciones para guardar el sábado, que se complementan y se amplifican
mutuamente. La primera, también positiva, indica que Dios quiere que el hombre
haga tod2 su obra en los primeros seis días de la semana porque el séptimo día
es el sábado de Dios. La segunda motivación comienza con una prohibición
negativa pero termina en forma positiva al ligar la prohibición de hacer
cualquier trabajo en el sábado con el hecho de que Dios mismo creó todo en seis
días y reposó el séptimo día.
En las palabras del mandamiento del sábado
repetido por Moisés en Deuteronomio 5:12 al 15, también notamos dos
motivaciones. La primera, que aparece en el versículo 14, es idéntica con la
primera motivación en Éxodo 20: “Mas el séptimo día es reposo a Jehová tu Dios”.
Pero la segunda motivación difiere
significativamente, como se indica en el versículo 15: “Acuérdate que fuiste
siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano
fuerte y brazo extendido”.
Debe reconocerse la diferencia por lo que dice,
sin enfatizarla exageradamente. La referencia en el Éxodo es a la obra creativa
de Dios realizada en seis días durante la semana de la creación. El descansar
el sábado era para recordar que los seres humanos, como parte del orden creado
por Dios, son totalmente dependientes del Creador. El tema de la creación, como
lo han destacado diversos eruditos, también está presente en Deuteronomio 5. En
este pasaje se hace referencia al éxodo de Egipto que señala, en efecto, “la
creación del pueblo de Dios como nación, y el recuerdo de ese evento debía
también recordarles a los israelitas su total dependencia de Dios”.[6]
De este modo, Éxodo 20 se refiere a la
creación, al principio del mundo, y Deuteronomio 5 se refiere a otro principio,
el principio del pueblo de Dios. En otras palabras, existe una profunda
relación de tema entre las motivaciones en Éxodo 20 y en Deuteronomio 5 con
respecto al sábado. La creación es el tema común: el poder creador de Dios.
EL SÁBADO: SEÑAL DEL PACTO
El terna de la creación no sólo aparece en
Éxodo 20:11 y en Deuteronomio 5:15, sino también reaparece en Éxodo 31:16 y 17
en relación con el sábado como una señal entre Dios y su pueblo, una señal del
pacto: “Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel, celebrándolo por sus
generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de
Israel; porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo
día cesó y reposó”(Éxo. 3 1:16, 17). En el Antiguo Testamento el sábado se
designa cuatro veces como una señal (ver Éxo. 31:13, 17; Eze. 20:12, 20).
¿Qué significa que el sábado sea una señal? La palabra señal puede tener varios significados. En su sentido más amplio, se aplica a una acción, condición, cualidad, u objeto visible que señala un hecho o trasmite un mensaje. Es apropiado comprender el sábado como una señal en el sentido en que la Biblia usa la palabra señal. Para determinar este sentido, investigaremos unas pocas de las setenta y ocho veces en que se usa ese término en el Antiguo Testamento.
En tres casos tenemos señales asociadas a
pactos. La primera señal es el arco iris (Gén. 9:12, 13, 17). Luego tenemos la
“señal” relacionada con la circuncisión en el pacto hecho con Abrahán (Gén.
17:11). Y el tercer caso asocia “senal” con “pacto”, en relación con el sábado
como una señal del pacto que Dios hizo con su pueblo en el monte Sinaí en Éxodo
31 (ver también Eze. 20). Al asignar ciertas características a estos eventos en
la historia de la salvación, o al asignar a estos eventos el carácter de una
señal, estos acontecimientos y los fenómenos asociados con ellos adquieren un
valor mucho más allá del tema y del evento mismos.
El sábado es una señal del pacto “entre mí y
vosotros por vuestras generaciones” (Éxo. 31:13; comparar con Eze. 20:12),
había dicho Dios a Israel, La persona que guarda e1 sábado con el espíritu
correcto indica por ese medio que él está en una relación salvadora con Dios.
El sábado, como una señal, le imparte al
creyente en primer lugar el conocimiento de que el Señor es su Dios del pacto.
También indica que Dios “santifica” su pueblo (Lev. 20:8; 21:8; 22:32; Eze.
37:28) haciéndolo un pueblo “santo” (Éxo. 19:6; Deut. 7:6; Lev. 19:2, 3).
El sábado como una señal de la santificación
divina necesita más ampliación. Consideremos más de cerca Éxodo 31:13, un texto
sabático que declara específicamente: “Guardaréis mis sábados; porque es señal
entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy
Jehová que os santifico”. Se enfatiza aquí un aspecto enteramente nuevo del
sábado como señal, la idea del sábado como una “señal” de santificación. Una
persona que considera la observación del sábado como algo legalista o farisaico
puede pensar que la observancia del sábado misma lo santificará. De ninguna
manera. El Señor es quien santifica, dice el texto. Que la santificación es un
acto de parte de Dios en favor de su pueblo es algo que nunca debe ser pasado
por alto.
El proceso de santificación es tanto la obra
del amor redentor de Dios como lo es la obra salvadora y redentora del Cielo
mediante Cristo. Tanto la justificación como la santificación son actividades
de Dios. “Yo soy Jehová que os santifico”, De este modo el sábado es una señal
que imparte el conocimiento de Dios como Santificador. “El sábado dado al mundo
como la señal de que Dios es el Creador es también la señal de que él es el
Santificador”.[7]
La segunda idea nueva en Éxodo 31:13 es que el
sábado es una señal de conocimiento: “Para que sepáis”. El concepto hebreo de
conocimiento es sumamente amplio. El conocimiento tiene aspectos intelectuales,
emocionales y de relación. “Conocer” no significa simplemente saber un hecho
intelectualmente, particularmente cuando el objeto es una persona. Significa
tener una relación significativa con la persona que es conocida. Así, “conocer
a Dios” significa estar conscientemente en una relación correcta con él.
Significa “servirle” (1 Crón. 28:9); significa “temerle” (Isa. 11:3; Sal.
119:79; Prov. 1:7); significa “creer” en él (Isa. 43:10); significa “confiar”
en él (Sal. 9:10); significa “buscarlo” (Sal. 9:10); significa “invocar” su
nombre (Jer. 10:25; Sal. 79:6).
El texto afirma claramente que el sábado es una
señal del pacto entre Dios y su pueblo por todas las generaciones, con el
propósito de que “sepáis que yo soy Jehová que os santifico” (Éxo. 3 1:13). El
sábado como señal, con respecto al conocimiento, relaciona el hecho de que Dios
es conocido como el que santifica a su pueblo. Es Dios quien hace que el pueblo
sea santo. Este conocimiento es conocimiento salvador. El creyente que
realmente comprende el significado del sábado y de la observancia del sábado comprende
que el Señor del sábado también es su Señor. Su Señor es el Creador. Su Señor
es el Redentor. Su Señor también es el Santificador.
El sábado actúa como señal todavía en otro sentido. Sirve
como una marca de separación, indicando al pueblo de otras religiones o al
pueblo que no guarda el sábado que existe una relación singular entre Dios y su
pueblo observador del sábado. Actuando como una señal de reconocimiento, el
sábado separa para Dios a su pueblo del resto de la humanidad. Como Caín fue
reconocido por una señal que Dios puso sobre él, así el pueblo de Dios es
reconocido por el sábado que los mantiene separados para Dios en servicio al
mundo.
La pluma de Elena G. de White ha captado adecuadamente un aspecto importante de
esta función del sábado como una señal: “Me-iante la santificación del sábado
debemos demostrar que somos su pueblo. Su Palabra declara que el sábado ha de
ser la señal que distinguirá al pueblo que guarda los mandamientos... Los que
guardan la ley de Dios serán uno con él en la gran controversia comenzada en el
cielo entre Satanás y Dios”.[8] El sábado es una señal de separación y de
distinción del pueblo de Dios, haciéndolos visibles dentro de la esfera del
gran conflicto entre los poderes del bien y los poderes del mal.
EL SÁBADO, SELLO DE DIOS
Se ha reconocido una y otra vez que el
mandamiento del sábado se encuentra en el centro de los Diez Mandamientos.
¡Cuán apropiado es, siendo que relaciona la dimensión divino-humana y la
dimensión humana-humana! También es apropiado como analogía con el lugar de los
sellos en los antiguos documentos oficiales. El mandamiento del sábado
identifica al Señor del sábado de una manera especial e indica su esfera de
autoridad y dominio. En estos dos aspectos o sea, 1) la identidad de la deidad como
Yahweh, el Señor, quien es el Creador (Éxo. 20:11; 31:17) y que por ello ocupa
una posición singular, y 2) la esfera de su dominio y autoridad sobre “los
cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay” (Éxo. 20:11;
comparar con 31:17)— del mandamiento del sábado tiene las características de un
sello típico en los documentos que contenían tratados internacionales del
antiguo Cercano Oriente. Estos sellos estaban típicamente en el centro o en el
medio de los documentos del tratado y contenían también 1) la identidad de la
deidad en cuyo nombre se juraba el tratado (usualmente un dios pagano), y 2) la
esfera de su dominio y autoridad (generalmente un área geográfica limitada).
Por analogía, el sábado opera como una “señal”
(Éxo. 31:13, 17), o en este caso, más bien como un sello, entre Dios y su
pueblo (“entre mí y vosotros”), y por ello es el sello de la relación entre
Dios y su propio pueblo. Esto es importante para el creyente, porque al
observar el sábado, como lo hizo Dios al terminar la semana de la creación, el
creyente lo reconoce como el Creador y el Re-creador (Redentor y Santificador).
El creyente también reconoce la propiedad o dominio de Dios y su autoridad
sobre toda la creación, aun sobre el mismo. Hace que el creyente sea parte de
la comunidad del pacto de Dios de los verdaderos adoradores.
Estas son algunas de las vislumbre de las
riquezas del sábado dentro del pacto. El sábado es realmente un don de Dios
para los seres humanos. Proporciona para ellos un tiempo señalado divinamente
para el descanso humano dentro de la inquietud de la humanidad.
Solicitamos se otorgue el crédito absoluto al creador del
presente documento http://www.contestandotupregunta.org/elsabadosenaldeDios.htm
VÍA: EL ADVENTISTAHOY
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