La evidencia bíblica demuestra en forma contundente que Cristo es plenamente Dios.
Un elemento sumamente importante de la doctrina de la Trinidad es la divinidad de Cristo. De acuerdo con la enseñanza de que hay un Dios en tres Personas, y que cada una de ellas es plenamente divina, es importante que verifiquemos lo que las Escrituras enseñan acerca de la divinidad de Cristo. Hay pasajes en el Nuevo Testamento que confirman su plena divinidad.
Cristo es Dios
Juan 1:1-3, 14. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. La frase “en el principio” nos lleva al comienzo del tiempo. Si el Verbo estaba “en el principio”, entonces no tuvo principio; esta es una manera de decir que es eterno.
La expresión “el Verbo era con Dios” nos dice que el Verbo es una persona diferente, separada. El Verbo no estaba “en” Dios, sino “con” Dios.
“Y el Verbo era Dios”. El Verbo no era una emanación de Dios, sino Dios mismo. El versículo 14 identifica claramente quién es el Verbo: nuestro Señor Jesucristo.
Juan 20:28. “Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” Ni Cristo ni Juan desaprobaron la declaración de Tomás cuando llamó a Cristo “Dios mío”; al contrario, este episodio constituye un punto culminante en el relato del evangelista, que inmediatamente después comunica a sus lectores: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (vers. 30, 31). Este evangelio –dice Juan– fue escrito a fin de convencer a otras personas para que imiten a Tomás en el reconocimiento de Cristo como “Señor mío y Dios mío”.
Filipenses 2:5-7. Este pasaje se escribió para ilustrar la humildad de Cristo, pero es uno de los textos que apoyan su divinidad. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma (morphé) de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. Sino que se despojó (se anonadó) a sí mismo, tomando forma (morphé) de siervo, hecho semejante a los hombres”.
MORPHÉ, que significa “forma” o “apariencia visible”, es una palabra que describe la naturaleza genuina, la esencia de una cosa. “No se refiere a una forma mutable, sino a una forma específica de la cual depende la identidad y la condición de algo”.[1] Morphé contrasta conSJEMATI (Fil. 2:8), que también significa forma, pero en el sentido de apariencia superficial y no de esencia.
El texto deja muy en claro que Jesús no codició el hecho de ser “igual a Dios”; no intentó aferrarse de la igualdad a Dios que poseía por derecho propio. En otras palabras, no intentó retener por la fuerza su igualdad con Dios. Al contrario, “lo consideró una oportunidad para renunciar a toda ventaja o privilegio derivados de ese hecho; y como una ocasión para empobrecerse y sacrificarse a sí mismo sin reserva alguna”.[2] Ese es el significado de la expresión “se despojó a sí mismo”. Su igualdad con Dios era algo que le correspondía por derecho propio; y alguien igual a Dios debe sin duda ser Dios. Por eso, según este pasaje, Jesús era divino en el más pleno sentido de la palabra.
Colosenses 2:9. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. En Colosenses 1:19 y 2:9, Pablo usa la palabra “plenitud” con el fin de describir la suma total de cada función de la Deidad.
Esa plenitud moraba corporalmente en Cristo incluso durante su encarnación. Retuvo todos los atributos esenciales de la Divinidad, aunque no los empleó en beneficio propio.
Tito 2:13. Pablo describió a los creyentes como personas que aguardaban “la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”. Notemos que: 1) el pronombre queoel 2:32, donde otra vez la palabra “Señor” es la traducción del hebreo Yahweh.
Estos y otros pasajes (Juan 19:37, comparado con Zac. 12:1, 10; Heb. 1:10-12, comparado con Sal. 102:25-27) indican que, al menos en varias ocasiones, el nombre Yahweh se aplica a Cristo.
Jesús era consciente de su divinidad
Cristo nunca afirmó directamente su divinidad, pero declaró que era el Hijo de Dios (Mat. 24:36; Luc. 10:22; Juan 11:4). Y, de acuerdo con la idea hebrea acerca de la filiación, todo lo que es el padre también lo es el hijo. Cuando Jesús afirmó que era Hijo de Dios, los judíos entendieron perfectamente que decía que era igual al Padre: “Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Juan 5:18; ver también Juan 10:33).
Muchas veces Cristo dijo ser suyo lo que pertenece a Dios. “Se refirió a los ángeles de Dios (Luc. 12:8, 9; 15:10) como si fueran suyos (Mat. 13:41). Dijo que el Reino y los elegidos de Dios (Mar. 12:28; 19:14, 24; 21:31, 34; Mat. 13:20) eran de su propiedad”.[3] En Lucas 5:20, Jesús perdonó los pecados del paralítico; y los judíos, al recordar Isaías 43:25, cuestionaron: “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” Al perdonar pecados, Jesús se estaba identificando como Dios.
La divinidad de Cristo también aparece en la forma en que conjugó el presente del verbo “ser” cuando les respondió a los judíos: “Antes que Abrahán fuese (genesthai), yo soy (ego eimi)” (Juan 8:58). Al usar las palabras genesthai, “que viniera a la existencia”, y ego eimi, “Yo Soy”, Jesús estaba contrastando su existencia eterna con el comienzo históric se encuentra delante de “Dios” y “Salvador” une esos dos sustantivos, de modo que ambos designan al mismo objeto. Por eso, Jesucristo es “nuestro gran Dios y Salvador”. 2) el contexto del versículo 14 se refiere sólo a Cristo. 3) Esa interpretación está en armonía con otros pasajes como Juan 20:28; Romanos 9:5; Hebreos 1:8 y 2 Pedro 1:1, de modo que este texto es una afirmación más de la divinidad de Cristo.
Cristo es Yahweh
Mateo 3:3. “Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor”. De acuerdo con el versículo 1, este texto de Isaías se refiere a Juan el Bautista, que era el precursor del Mesías. En Isaías 40:3, la palabra traducida como “Señor” es Yahweh. De manera que el camino que Juan debía preparar no era para otro sino para el mismo Jehová.
Romanos 10:13. “Porque todo aquél que invocare el nombre del Señor, será salvo”. El contexto (vers. 6-12) deja en claro que, al decir “Señor”, Pablo se está refiriendo a Cristo. El texto pertenece a una cita de Jo de la existencia de Abrahám. Por lo menos, así lo interpretaron los judíos: ellos entendieron que Jesús estaba afirmando que era Yahweh, el “Yo Soy” de la zarza ardiente (Éxo. 3:14). Por eso, tomaron piedras para lapidarlo (Juan 8:59).
Finalmente, el hecho de que Jesús haya aceptado que se lo adorara pone en evidencia que él mismo reconocía su deidad. Después de que se les apareció a los discípulos andando sobre las aguas, “vinieron y le adoraron” (Mat. 14:33). El ciego que recuperó la vista después de lavarse en el estanque de Siloé, “lo adoró” (Juan 9:38). Después de la resurrección, los discípulos fueron a Galilea, donde se les apareció, y “lo adoraron” (Mat. 28:17).
Por
Dr. Gerhard Pfandl
Director Asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General
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[1]W. Poehlmann, Exegetical Dictionay of the New Testament [Diccionario exegético del Nuevo Testamento] (Eerdmans, 1981), t. 1, p. 443.
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