¿Tiene la Biblia algo que decir con respecto a la música? ¿Hasta qué punto consideramos la Palabra de Dios una autoridad en el campo de la estética, la historia de la música o la musicología? Con demasiada frecuencia los profesionales que utilizamos la Biblia para sostener una filosofía cristiana de la música llegamos a conclusiones diametralmente opuestas; en ocasiones forzando el texto bíblico hasta que se amolde a nuestras opiniones y criterios personales, haciendo un flaco favor al debate que las iglesias, confundidas, mantienen en sus filas.
Lo cierto es que cada iglesia, deliberadamente o no, debe cuestionarse su filosofía de la música casi cada semana, estableciendo criterios para la selección de las participaciones musicales: pistas instrumentales, ¿sí o no? ¿Con o sin percusión? ¿Instrumentos amplificados? ¿Letras en inglés, en rumano, en latín? Y un largo etcétera. ¿Quién asesora a la comisión de música (si la hay) en las iglesias? Y lo que en mi opinión es todavía más importante: ¿Cuán seriamente nos tomamos la música? ¿Hacemos alguna inversión para que jóvenes y adultos de nuestras iglesias tengan formación musical religiosa? ¿Impulsamos y promovemos la creación de grupos vocales o instrumentales, la composición de música para la liturgia y para los proyectos de evangelización, la música para nuestros niños, adolescentes, y para que las diferentes culturas que forman parte de nuestras congregaciones se sientan integradas y cómodas participando en la alabanza?
El debate sobre la importancia y los criterios de una filosofía de la música en la iglesia no es exclusivo de Iglesia Adventista del Séptimo Día. De hecho, es un debate global que lleva años en la lista de “tareas pendientes” de las denominaciones cristianas en todo el mundo. Somos testigos de un Siglo XXI que enfrenta a una generación adulta, familiarizada con una tradición de himnos —en su mayoría anglosajones—, con la generación “me (mi)”: la que hace uso de Ipod, Itunes, Itouch, etc, para consumir música más selectivamente que ninguna otra generación en la historia.[1] Ha quedado desfasado aquello de comprar un CD y escuchar las canciones favoritas. Hoy te “bajas” aquellas que conectan contigo, y las que no, se quedan para siempre fuera de tu “canon” particular.
En la iglesia los hijos e hijas de Dios nos reunimos para adorarle, y nos expresamos mediante la oración, la lectura de su Palabra y la música, los tres elementos que, según E. G. de White, son los pilares de la adoración.[2] Compartimos la Palabra de Dios desde diferentes versiones: algunas más rigurosas, otras parafraseadas. Oramos con nuestro vocabulario: unos más intelectuales, otros más emotivos... pero cuando nos disponemos a adorar a través de la música, nos encontramos presos de una serie de asociaciones culturales y códigos generacionales difíciles de conciliar: a menudo los jóvenes encuentran difícil conectar con formas sacras anglosajonas del siglo XIX, y los adultos con baladas populares-religiosas del siglo XXI.
La pregunta sigue vigente: ¿Tiene la Biblia respuestas para la problemática que la adoración plantea en la actualidad?
Hay músicos que consideran que la Biblia no puede ser un referente en el campo de la música o la estética, porque no ha sido escrita con esta finalidad, sino para comunicar al hombre el plan divino de salvación.
Hay otros músicos que pensamos que, si bien la finalidad de la Biblia no es fundamentar una filosofía del arte, las numerosas referencias del uso de la música en la Palabra de Dios arrojan principios que podemos contextualizar y utilizar para adorar a Dios en el tiempo que nos ha tocado vivir. ¿Por qué? Porque desde el libro de Job (Job 38:7), que hace referencia a las estrellas que alababan a Dios antes de la creación del mundo, hasta el Apocalipsis, que describe el espectáculo de la Segunda venida de Jesús a son de trompetas y coros celestiales (Apocalipsis 14:1-4), la Biblia presenta el lenguaje musical como un lenguaje creado por Dios y usado por Dios para conectar al hombre con Él, a la divinidad con el ser humano, y a los seres humanos entre sí.
En la Biblia el uso de la música se enmarca en un contexto de adoración. Y el concepto de adoración bíblica se encuadra, a su vez, en el gran marco del conflicto cósmico: la batalla entre el bien y el mal. Nos conviene recordar que, antes de la creación del mundo, las directrices de la adoración celestial fueron creadas por Dios, y el director de los coros celestiales era el mismísimo Lucifer. El origen del pecado se sitúa también en un contexto de adoración, y surge del impulso de Lucifer de suplantar a Jesús como centro de adoración. El enemigo de Dios sigue planteando estrategias para hacer lo mismo en su iglesia: desbancar a Jesús del centro de la adoración, distraer el foco de nuestra adoración de la persona de Jesús. Y no olvidemos que la especialidad de Satanás es, ni más ni menos, la música religiosa.
Dios trascendente - Dios inmanente
“Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la Eternidad y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15 RV).
“Porque mis pensamientos no son como vuestros pensamientos, ni mis caminos son como vuestros caminos, dice el Señor. Así como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9 RV).
El objeto de nuestra adoración es un Dios que compara la distancia entre nuestros pensamientos y los suyos a la distancia entre los cielos y la tierra. El ser humano continuamente encuentra nuevas expansiones en el universo, sólo hace falta construir un radar más potente para descubrir que los cielos parecen no acabar nunca. Este es nuestro Dios. Un Dios que es más misterio que revelación, un Dios infinitamente grande que siempre se me escapa. ¿Su esencia? Tres personas en uno. Más misterio... El Dios trascendente.
Sin embargo este Dios infinitamente grande, creador del universo, no sólo habita en la altura y la santidad sino también con el quebrantado y humilde de corazón. Con la gente como tú y como yo, que vamos por el mundo con el corazón partío... porque se hace difícil caminar por este mundo, donde cada minuto muere un niño por razones que podríamos evitar,[3] sin sentir nuestro espíritu quebrantado. Y ese Dios inmenso, que escapa a mi entendimiento, también habita con los de espíritu quebrantado y humilde. El Dios inmanente.
Esta realidad, la de un Dios trascendente y un Dios inmanente, es la doble realidad del carácter del Dios al que adoramos. Y este es el nudo de la tensión que enfrenta la música religiosa: Conciliar las dos realidades del carácter de Dios: lo trascendente, lo majestuoso, y lo cercano, lo íntimo de Dios. La música que adora a este Dios intenta captar y transmitir su carácter santo y solemne (¿canto gregoriano?) o sencillo y cotidiano (¿pop religioso?), pero el desafío de adorar a un Dios que es tan santo como cercano, ha creado una tensión difícil de resolver para los autores de música religiosa de todos los tiempos.
Un canto nuevo
La iniciativa de la adoración no es humana, sino divina. Cuando adoramos, respondemos al amor de Dios. “Nosotros le amamos a Él porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19).
Por eso la auténtica música religiosa no puede existir desvinculada de una experiencia de relación con Dios. Es, en su esencia, una respuesta a la iniciativa divina de la salvación.
¨Cantad al Eterno un cántico nuevo” (Salmo 33:3; 40:4; 96:1; 98:1; 144:9; 149:1; Isaias 42:10; Apocalipsis 5:9; 14:3). “Cantad alegres a Jehová, toda la tierra, levantad la voz y aplaudid, cantad salmos... aclamad con trompetas y sonidos de bocina” (Salmos 98:4, 6).
La Palabra de Dios nos invita a que le cantemos un canto nuevo, fresco, que brote de una experiencia diaria, como el pan fresco que hacemos en casa o que compramos en la panadería cada mañana. Las misericordias de Dios también son nuevas cada mañana, y la experiencia del cristiano consiste en morir y renacer cada día. Dios nos invita a cantar un canto nuevo, recién salido de la frescura de nuestra experiencia con Él.
Como profesional de la música, entiendo que la responsabilidad de un compositor profesional cristiano es escribir “un canto nuevo” para Dios en el contexto cultural en el que le ha tocado vivir, con los recursos técnicos y tecnológicos que alcancen a la generación de su tiempo.
La referencia de David y el resto de compositores de los salmos, es un ejemplo de músicos profesionales que utilizaron su creatividad y los recursos de su época para escribir música religiosa:
- Tradujeron su experiencia de alabanza y adoración en obras que emplean gran variedad y demuestran una elevada sensibilidad poética.
- Usaron instrumentos para acompañar el canto (Salmo 150 1-6), incluso David creó algunos instrumentos exclusivamente para el culto del templo.
- Desarrollaron formas musicales que se diversifican en multitud de estilos y géneros: himnos, imágenes mesiánicas, lamentaciones individuales o grupales, escatología, súplicas a Dios confiando en recibir una respuesta, textos didácticos que evocan episodios históricos, cánticos de acción de gracias de individuos o de la nación entera, etc.[4]
En el esfuerzo por mantener viva la tradición de himnos protestantes en nuestra iglesia, en ocasiones se ofrece una resistencia a la inclusión de nuevas formas musicales, nuevos instrumentos —acústicos o amplificados—, letras más contemporáneas, recursos tecnológicos (pantallas, presentaciones multimedia, etc.). La diversidad y la creatividad es una característica sobresaliente de la creación de Dios, y en la Biblia SI encontramos referencias a músicos que incluyen soluciones creativas e integran elementos nuevos en la liturgia. Escribir un canto nuevo, en el contexto de la música religiosa cristiana contemporánea, supone contextualizar el mensaje de la salvación para la gente de hoy con los medios actuales. La herencia de nuestros himnos es una herencia valiosa, pero la propuesta bíblica no se limita a establecer un canon musical cerrado, sino que nos invita a hacer de nuestra adoración una experiencia nueva, lo que supone un constante cambio. El cambio y el crecimiento son una característica de la naturaleza que Dios ha diseñado, incluyendo la naturaleza humana.
Al componer este “canto nuevo”, esta música de adoración dedicada a Dios, las diferentes denominaciones religiosas han puesto más o menos énfasis en la trascendencia o inmanencia del carácter de Dios. Así, en los cultos de adoración, la liturgia refleja esa tendencia. Las iglesias Anglicana, Ortodoxa y Calvinista, por ejemplo, utilizan una música litúrgica que pone su énfasis en la majestuosidad y solemnidad de Dios Por otro lado la música utilizada en las iglesias Evangélica, Pentecostal, Bautista progresista, etc. refleja un Dios más próximo y cariñoso.[5]
¿Cuál es la perspectiva correcta? ¿Cómo quiere Dios que sea la música religiosa? ¿Qué información encontramos en la Biblia?
Adoración en evolución
El concepto de la música litúrgica (música religiosa usada en el contexto del culto de adoración) en la Biblia no es un concepto fijo, sino evolutivo. Varía, dependiendo de la época, la realidad social y cultural del pueblo de Dios.
Alfred Kuën en Renovar el culto, establece así las etapas del culto en el pueblo de Israel:
- Israel desde Abraham hasta Egipto: Dios estableció un culto cuyo centro es el altar, y un cordero sacrificado. Es un culto familiar, propio de un pueblo nómada, donde el patriarca es el sacerdote.
- Israel en el desierto: El centro del culto es el tabernáculo. Todo el sistema de sacrificio en el tabernáculo apunta a la venida del Mesías prometido. Los levitas cumplen las funciones sacerdotales. Cuatro mil levitas son seleccionados para oficiar en la música del templo. Su formación musical duraba diez años y no podían oficiar hasta cierta edad.
- Israel sedentario: Culto instituido por David. Los levitas siguen siendo los ministros de música. Es la etapa dorada del sistema litúrgico judío. David es el compositor principal de los Salmos, y la salmodia, aunque denota influencias de las culturas egipcias y cananeas, es la expresión de identidad musical más característica del pueblo de Israel. En los Salmos se nombran instrumentos de cuerda, viento metal, madera y percusión que son usados en la alabanza y adoración. David creó instrumentos específicos para la adoración del pueblo en el templo durante el culto de adoración.
- Israel en el exilio: Tras la destrucción del templo, el culto se lleva a cabo en la Sinagoga. El centro del culto es la lectura de las escrituras, que señalan la venida del Mesías prometido. La liturgia de la sinagoga judía sólo tiene algunos puntos en común con el culto del templo.
- Iglesia cristiana primitiva: La liturgia, hasta entonces judía, se enriquece con las nuevas culturas de las naciones evangelizadas. Ya no se ofrecen sacrificios de animales, y se presenta a Jesús como el Cordero de Dios que ha dado su vida por todos los hombres. Se sustituye el templo material por el “templo espiritual”, y se crea una nueva liturgia, con nuevos ritos, instaurados por Jesús mismo. Existen cultos diferentes en Antioquía y en Corinto.
Si bien las formas del culto se adaptan al momento histórico que vive el pueblo, hay una constante que se mantiene en cada etapa: El culto señala a Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La liturgia, en la Biblia, siempre apunta a hacer de Jesús el centro de la adoración.
Las formas del culto deben actualizarse, para comunicar la Palabra de Dios a una sociedad en continuo cambio. Asegurémonos que no nos pase lo que al pueblo de Israel: pusieron tanto esfuerzo en mantener las formas y tradiciones, que cuando vino el Cordero de Dios, el verdadero corazón de la adoración, lo consideraron blasfemo y subversivo.
La música religiosa ¿un medio o un fin?
La música en el contexto bíblico es funcional, es decir, es un medio para transmitir la verdad espiritual y exaltar el carácter de Dios.
Las frutas de Caín eran bellas, y recién salidas de las manos del creador, pero no sirvieron al propósito de la ofrenda de adoración. El cordero de Abel sí. ¿Por qué? Porque simbolizaba al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: a Jesús, el corazón de la adoración.
Nuestra ofrenda musical debe tener como centro a Jesús: la belleza de su carácter. ¿Acercamos a la gente a Jesús cuando interpretamos una preciosa obra religiosa en un idioma que la congregación no puede entender? No. Pero... —argumentas— ¡Es que con la traducción se pierde mucho! Tienes razón. Sin embargo, si el propósito es exaltar y comunicar a Jesús, la letra debe ser entendible. Entonces ¿la música religiosa está reñida con la belleza? ¡No! La música religiosa debería ser la más bella de las músicas, pero su fin no es la belleza per se. E. G. de White equipara el canto a la oración.[6] ¿Te imaginas una oración en latín? ¿Recitarías una poesía de Machado en la oración? Aunque Machado sea un gran poeta, Dios no antepone la belleza estética de la expresión de adoración a una expresión que brote de nuestra experiencia fresca con Él. Eso sí... ¡cuanto más bello, mejor!
En espíritu y en verdad (o la no-lista)
Cuando Jesús se encuentra con la mujer samaritana, ella le hace una pregunta sobre el sitio donde se debe adorar. La respuesta de Jesús es genial, aunque no parece responder directamente a la pregunta: ¨Mujer, la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque el Padre tales adoradores busca. Dios es Espíritu; y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” (Juan 4:23)
Con frecuencia, al igual que la mujer del pozo, planteamos a Dios preguntas concretas esperando una respuesta concreta que zanje el debate sobre la adoración, y entonces Dios nos plantea una respuesta que desafía nuestro planteamiento “2+2: 4”
En su libro Encuentros, Roberto Badenas nos ofrece su visión de este concepto con estas palabras:
Dios está fuera de nuestros sistemas y es ajeno a nuestras querellas de conventillo. Para encontrarlo no necesitas ni peregrinar al templo ni subir al monte. Basta con que vayas hasta el fondo de tu ser...[7]
La mayor parte de las preguntas que nos planteamos en la iglesia cuando debatimos sobre música y adoración son: percusión, ¿sí o no? ¿Guitarra eléctrica u órgano de tubos? ¿Aceptamos como parte de la liturgia un canto de alabanza si no tiene el carácter de un himno? Y cuando no encontramos en la Biblia las respuestas que esperamos, nos preguntamos por qué Dios se mantiene en silencio frente a preguntas tan cruciales e importantes para nosotros.
¿Es posible que estemos planteando las preguntas equivocadas? ¿No será que pasamos por alto la información que SI tenemos en la Biblia, que va más allá de las formas y se mete en lo profundo de nuestras motivaciones, nuestra relación diaria con el Espíritu Santo, nuestro compromiso con Dios, nuestra vida de oración, nuestro testimonio? Si lo verdaderamente crucial e importante para adorar fuera el estilo de la música o el tipo de instrumento, ¿no nos hubiera revelado Dios lo que necesitamos saber? No existiría una lista de instrumentos lícitos e ilícitos, o de estilos musicales apropiados e inapropiados? Sin embargo la Palabra de Dios, como espada de dos filos, penetra más allá, metiéndose en el fondo de nuestro ser, y revelándonos que lo crucial e importante para Dios es que le adoremos en espíritu y en verdad. La palabra verdad en griego se refiere a la palabra de Dios y a su obediencia.
Ellen G. de White, comenta en el libro El deseado de todas las gentes:
Los hombres no se ponen en comunión con el cielo visitando una montaña santa o un templo sagrado. La religión no ha de limitarse a las formas o ceremonias externas...Debemos nacer del Espíritu divino, eso purificará el corazón y renovará la mente, dándonos una nueva capacidad para conocer y amar a Dios. Nos dará una obediencia voluntaria a todos sus requerimientos. Eso es culto verdadero. Es el fruto del Espíritu Santo.[8]
El canto de la sumisión total
En Apocalipsis 14 el Cordero de Dios, el corazón de la adoración, aparece en escena, volviendo triunfante a buscar a sus hijos, para hacer música por la eternidad, juntos. Y en ese momento —que las palabras no pueden describir, porque escapa hasta a la imaginación— en ese momento suena un canto. Como siempre, Dios empieza. Nosotros siempre venimos después, reaccionando a su iniciativa. Hay una introducción que Juan describe como un trueno, posiblemente porque no conoce otro elemento en su cultura que se pueda comparar a la majestuosidad y la intensidad del sonido que está escuchando. Y a continuación los salvados, cantamos un canto nuevo. “Y nadie podía aprender el canto sino aquellos redimidos de entre la tierra que siguen al Cordero por dondequiera que va” (Apocalipsis 14: 3-4). Son los que están sin mancha delante del trono de Dios. Los que han muerto al yo y saben hacer suya la melodía de la sumisión total a la voluntad de Dios.
Me gusta pensar que nuestra vida, de este lado de la eternidad, es un ensayo general. El día del estreno de nuestra verdadera vida, la eterna, comprobaremos si hemos ensayado lo suficiente como para entonar la canción nueva de Moisés y del Cordero. La canción de la sumisión de mi voluntad a la voluntad de Dios, la canción en la que Jesús es Cordero de Dios, corazón de la adoración, centro de mi vida, de mi testimonio y de mi música.
Creo firmemente que el problema de fondo de la música religiosa contemporánea no es un problema técnico sino espiritual. Los compositores contemporáneos somos llamados a comunicar el carácter de Dios —trascendente e inmanente, santo y cercano— en nuestras composiciones. Con qué instrumentos, qué formas o estilos musicales, son detalles que no se nos han sido revelados en la Biblia. ¿Por qué? Estoy convencida de que Dios espera que se lo preguntemos a El directamente cada vez que aceptamos el desafío de escribir música para su gloria. Atrevámonos a adorar a Dios reflejando a Jesús como centro, desde la individualidad y originalidad con la que Él nos ha creado. Dios es un Dios de diversidad, y se complace en nuestra alabanza diversa. No he encontrado ningún pasaje en la Biblia que sostenga la idea de que todos debamos adorar de la misma forma, pero sí encuentro que toda la Biblia apunta a Jesús como el corazón de la adoración.
¿Debería la música religiosa contemporánea reflejar a un Dios santo y sublime? ¿O debería comunicar a la generación de hoy un Dios cercano y atractivo? Mi respuesta a ambas preguntas es: ¡SI!
Adriana Perera es Profesora de piano, Licenciada en teoría, solfeo, acompañamiento y Magister en Composición. Actualmente es profesora de Teoría de la música y composición en Oakwood University, Alabama, EE.UU.
Referencias
[1] Jean Twenge, Generation Me: Why Today's Young Americans Are More Confident, Assertive, Entitled and More Miserable Than Ever Before (Free Press, 2006).
[2] Elena G. de White, La educación (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1964), 168.
[3] http://www.rtve.es/noticias/20100425/cada-minuto-muere-nino-/328810.shtml
[4] Hans Joachim Kraus, Teología de los Salmos (Salamanca: Sígueme, 1996).
[5] Paul Westermeyer, Te Deum, The Church and Music (Augsburg Fortress, 2009).
[6] Elena G. de White, Mensaje para los jóvenes (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1964), 48.
[7] Roberto Badenas, Encuentros (5ª ed.; Madrid: Safeliz, 2001), 57.
[8] Elena G. de White, El deseado de todas las gentes (2ª ed.; Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2006), 108.
VÍA: HIMNOVASIÓN
Pobre hermana no sabes lo que dices.
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